La burocracia acostumbra a estar reñida con cualquier comportamiento inteligente. Eso es algo que el común de los ciudadanos sabe, puesto que ha padecido sus excesos y limitaciones con relativa frecuencia. Pero ocurre también que, en ocasiones, la lentitud del trámite burocrático es utilizada como excusa para no acometer iniciativas o proyectos que presentan obstáculos desde una perspectiva política o diplomática. Achacar entonces las culpas a la maldita burocracia se llega a convertir en un pésimo hábito, tan reprobable como la farragosidad burocrática en sí. Y es aproximadamente lo que parece que está sucediendo en lo concerniente a esas ayudas que los Estados Unidos y la Unión Europea se comprometieron a prestar para la reconstrucción de Kosovo. Mientras desde Washington se advierte que los retrasos en el envío de dinero al país devastado por la guerra pueden llegar a comprometer seriamente la paz, los parlamentarios de Bruselas acusan a los norteamericanos de no haber aportado hasta ahora ni uno solo de los dólares prometidos. Cierto que las desavenencias "pese a los intentos por ocultarlas" entre la UE y EEUU no constituyen ninguna novedad. Pero no lo es menos que en lo tocante a cuestiones humanitarias, como ésta, harían bien en dejarlas de lado. En Kosovo se hace imprescindible reparar el servicio eléctrico, garantizar la seguridad pública, atender a los problemas sanitarios y, en conjunto, reconstruir una economía maltrecha. Algo que no puede llevarse a cabo por mor de ese «infierno burocrático», como le llaman algunos, o simplemente por falta de voluntad política, como prefieren calificarlo otros. En cualquier caso, ese país balcánico cuya salvación de la voracidad de Milosevich parecía un asunto prioritario, tanto para los intereses americanos como europeos, es hoy un lugar pacificado a la fuerza, a bombazo limpio, que a nadie parece interesar gran cosa. Y ello es algo que debería causar sonrojo a ambos lados del Atlántico.