La decisión del Consell y el Ayuntamiento de proponer un dique separado de es Botafoc significa un esfuerzo sobrehumano del Pacte por satisfacer a todos, aunque cayendo en el riesgo de no conseguir apaciguar a nadie. La polémica en torno al proyecto elaborado por la Autoritat Portuària de Balears tenía mucho de artificial desde el momento en el que una necesidad perentoria (la inseguridad y las limitaciones del puerto de Eivissa) y con soluciones evidentes se convirtió en tema objeto de interpretaciones, temores y deseos y no como lo que realmente es o debería ser: una cuestión técnica condicionada, pero no determinada, políticamente. El tema ha quedado muy viciado y la solución dada por los responsables políticos no ha hecho sino posponer y prorrogar una demanda evidente, hecha explícita por aquellos que utilizan y viven directamente del puerto de la ciudad. El puerto tiene que modernizarse y adaptarse a los nuevos tiempos, algo que puede hacerse sin tener que suponer un precio impagable en lo ecológico (existen a estas alternativas fórmulas suficientemente respetuosas) como estéticas (todos sabemos que, por más que queramos, una bahía un puerto siempre será y parecerá eso, un puerto). La solución escogida ha dejado de lado el atraque de cruceros, otra amplia demanda reclamada por la parte empresarial con la misma intensidad que la que han desplegado los opositores al proyecto al tratar de evitar y retrasar el proceso. Sin embargo, los que defienden que los cruceros puedan entrar cómodamente al puerto no se olvidarán de lo que esto supone para la isla en términos económicos, por lo que muy lejos estamos aún de una solución definitiva, como probablemente hubiera sucedido también en el caso de que hubiera triunfado el proyecto del dique tal y como fue concebido por la Autoritat Portuària de Balears.