Treinta años de violencia terrorista llevan soportando los
norirlandeses y ese mismo período de terror y angustia han vivido
los vascos y, con ellos, todos los españoles.
La diferencia es que mientras en el país del norte las cosas se
encaminan "con dificultades, eso sí" hacia una paz prometedora, en
nuestro caso los últimos acontecimientos acaban de arrojar un jarro
de agua fría sobre las esperanzas de acabar con el conflicto de una
forma pacífica. En Belfast ayer fue un día histórico, pues los
diputados británicos, en Londres, dieron el visto bueno al inicio
del Gobierno autonómico que regirá los destinos de unionistas y
nacionalistas a partir de esta misma semana.
Una situación muy distinta a la del País Vasco, que goza de un
Gobierno autonómico desde hace dos décadas en el que, en diversas
ocasiones, han cohabitado partidos nacionalistas y estatalistas. Un
hecho que no ha logrado evitar la violencia, el terrorismo, el que
unos pocos decidieran coger las armas para defender una opción
política que entienden que nadie respalda en ese Parlamento vasco,
que disfruta de amplios márgenes de poder decisorio.
Imposible encontrar culpables. Quizá la auténtica diferencia
entre unos y otros esté en que allá los violentos se han cansado,
han comprendido que su estrategia no conduce a nada y aquí creen
que aún pueden obtener réditos políticos a través de secuestros y
bombas. Tal vez la clase política británica haya sabido negociar
mejor, o haya escogido el momento oportuno y aquí no hayamos sido
capaces. Quién sabe. La realidad es que mientras uno de los últimos
movimientos terroristas de Europa se ha autoliquidado para
transformarse en un grupo político pacífico, el otro ha decidido
poner fin a una larga tregua sembrando de nuevo el terror.
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