ETA y su entorno político son los únicos responsables de lo que suceda a partir de ahora. La ruptura de la tregua después de catorce meses de esperanza para la paz es un duro golpe para la sociedad española en general y para la sociedad vasca en particular, aunque en el País Vasco la ilusión por una paz definitiva lleve catorce meses ensombrecida por la violencia callejera. El Gobierno central movió ficha en siete ocasiones para intentar un acercamiento a la banda terrorista que permitiera poner fin al conflicto. Siete ocasiones en las que nunca se incluyó la negociación política, pero sí el acercamiento de presos etarras a las cárceles vascas, el permiso para que etarras refugiados fuera de España sin delitos de sangre pudieran regresar a Euskadi, e incluso la excarcelación con tercer grado de algunos presos con condena por pertenencia a banda armada. No existe ningún motivo para que ETA haya puesto fecha de caducidad a la tregua y por eso la banda terrorista intenta dividir aún más a las fuerzas democráticas esgrimiendo como excusa el incumplimiento de un falso acuerdo secreto a tres bandas entre ETA, el PNV y EA por el que estos dos últimos se comprometían a «romper» con el resto de fuerzas políticas del País Vasco. Arzallus no tardó nada en desmentir a la banda terrorista. EA, tampoco. Todas las fuerzas políticas democráticas parecen dispuestas a no admitir fisuras en la lucha antiterrorista. Aznar llama a la calma a la sociedad española, y en especial a la vasca, para que no se dejen vencer por el desánimo y sostiene que ETA se equivoca porque ya nadie quiere la violencia de los etarras. La banda terrorista estará, a partir del 3 de diciembre, más aislada que nunca, respaldada sólo por su entorno político de siempre, que precisamente consiguió más votos en las elecciones vascas gracias a la ilusión de la tregua.