No puede dejar de llamar la atención -independientemente de que después las cosas queden más claras- la acusación que recientemente ha formulado el ministro de Defensa ruso que achaca al juego de intereses norteamericanos la crisis del Cáucaso. Dice Igor Sergueyev que la hipótesis de un largo conflicto en la zona favorece a los intereses de Estados Unidos. En este sentido, Washington desearía ver a Rusia debilitada por una guerra larga que consumiría buena parte de los recursos destinados al gran país. A mayor abundamiento, USA aprovecharía la crisis de Chechenia para tratar de controlar el territorio del Cáucaso, el mar Caspio y Asia Central, tres zonas estratégicas dotadas de grandes reservas de petróleo. El petróleo del Cáucaso y el oleoducto que ha de atravesar Chechenia serían los bienes cuyo control se disputan bajo mano Rusia y Estados Unidos. La unión, física y económica de una parte de Asia y Occidente a través de corredores energéticos, autopistas, trenes, líneas de alta tensión, cadenas de repetidores y cables coaxiales, conformaría ese pastel por el que pugnan bajo el mando estadounidense los países ricos de Occidente. Ya tenemos de nuevo enfrentados al Este y al Oeste, en las fronteras de una Europa cuya única fuente petrolífera era hasta ahora el Mar del Norte. Según un hipotético proyecto, el petróleo de las repúblicas que fueron soviéticas y que hasta 1990 llegaba a Moscú, llegaría a través de un oleoducto hasta el puerto de Durres (Albania) y al italiano de Trieste, mientras que otro llevaría el crudo a Helsinki pasando por Zagreb y Alemania. En suma, nos hallamos ante una nueva forma de «guerra fría», en este caso motivada por el control de las nuevas vías energéticas. Algo que, obviamente, resta credibilidad a la «limpieza» de las intervenciones norteamericanas -vía OTAN- en los conflictos que a partir de ahora puedan producirse en un área que parece abonada a ellos.