El proceso de paz del País Vasco no parece atravesar por uno de sus mejores momentos, a tenor del recrudecimiento de la violencia callejera que en la madrugada de ayer tuvo como objetivos tres sucursales bancarias, una en Durango y dos en Berriz, todas ellas en Vizcaya. Las oficinas fueron destruidas por el fuego originado tras el lanzamiento de cócteles molotov. Esto sucede poco tiempo después de que el presidente del Gobierno, José María Aznar, aludiera a una posible intensificación de la violencia tras las detenciones de etarras llevadas a cabo en Francia. Por un lado, el Ejecutivo de Aznar, a través de su portavoz, Josep Piqué, mantenía ayer su disposición a continuar el diálogo con la banda y aludía a un posible replanteamiento de la política penitenciaria para con los presos de ETA. Por otro, el secretario general del PSOE, Joaquín Almunia, culpaba a los terroristas del bloqueo del proceso de paz, aunque criticaba la incapacidad del Gobierno para avanzar en la construcción de una nueva situación.

Dicho todo esto, cabe pensar que algo está fallando y que nos enfrentamos a un momento complicado que requeriría del esfuerzo de todas las fuerzas políticas democráticas para poder ser superado, incluyendo naturalmente a los nacionalistas del PNV, abocados, tal vez, a la más difícil de las situaciones por mor de su acercamiento a los más radicales. Las divergencias en el bloque nacionalista vasco, debido principalmente a Euskal Herritarrok, están dando al traste con el proyecto en el que creyó la cúpula del PNV, que quedó reflejado en el polémico Pacto de Lizarra.

En cualquier caso, lo que no nos podemos permitir los ciudadanos de este país es una vuelta atrás, un retorno al miedo y a la muerte. Por ello es preciso que, ambas partes, Gobierno y ETA, se sienten a la mesa y nos saquen de este «impasse».