El azote del terrorismo ha golpeado ya en tres ocasiones a Rusia y, según parece, un nuevo atentado fue abortado al descubrirse explosivos en otro edificio moscovita. El Ejército de Liberación de Daguestán reivindicó los dos primeros y las autoridades rusas están convencidas de que detrás de éstos se encuentran también los chechenos, contra quienes se ha desatado un auténtico odio.

Ningún atentado puede ser justificado bajo ningún concepto, pero mucho menos aún aquellos que se dirigen contra la población civil de una forma indiscriminada y cruel. Éste es, sin duda, el caso de las tres explosiones registradas en Moscú, que consiguieron que los ciudadanos vivieran una auténtica situación de pánico.

Rusia, abocada a una economía caótica, con un presidente debilitado y del que se cuestiona su continuidad en el cargo, y con los frentes abiertos de Chechenia y Daguestán, no está en la mejor de las coyunturas para afrontar acontecimientos como éstos.

Si bien es verdad que la atención pública rusa se ha visto desviada de la actualidad política y las sucesivas crisis del Kremlin a las dolorosas tragedias ocasionadas por los terroristas, éstas pueden hacer que se cuestione nuevamente la capacidad de Yeltsin para dirigir los destinos del país.

Lo peor de todo este asunto es que las autoridades reconocen que pueden existir muchos más explosivos dispuestos a sembrar la muerte entre los rusos y que esto puede suponer, una vez más, que perezcan inocentes.

Tal vez sería preciso contar con la suficiente claridad política para dar salida a los conflictos abiertos de una forma pacífica, pero por el momento las únicas voces que se oyen en Rusia, Chechenia y Daguestán son las de las bombas.