Lo incipiente del comienzo del curso escolar 1999-2000 vuelve a colocar los problemas más conocidos del sistema educativo de las Pitiüses sobre la mesa. Masificación de aulas, movilidad de las plantillas docentes e infraestructuras que arrastran deficiencias desde el comienzo de la implantación del nuevo modelo educacional son denuncias que se han venido emitiendo con periodicidad por padres y enseñantes al comienzo de cada temporada lectiva y vuelven a ser, cómo no, las que se repiten este año. La situación se ha debatido tanto que las soluciones parecen evidentes tras hablarse de ellas hasta la saciedad; a pesar de ello, todo continúa igual de inalterable a pesar de las promesas, críticas y propuestas.

Alguno de los problemas, como el de saturación de aulas, deberán esperar a que estén en marcha los tres centros de secundaria en proyecto; cualquier intento de aliviar los problemas de forma provisional con instalaciones temporales tardaría tanto en ponerse en marcha y en lograr efectos positivos que casi no merece la pena intentarlo. Sin embargo, la situación de los docentes, por ejemplo, parece bien distinta, desde el momento de que aquí sí se puede recriminar que a las administraciones no haber sido suficientemente flexibles ni previsoras. Los profesores han ido yendo y viniendo, por diferentes circunstancias, haciendo de los colegios lugares de paso para una gran cantidad de docentes y fomentando entre padres y alumnos la sensación de que el sistema no les tomada demasiado en serio. El altísimo porcentaje de provisionalidad de las plantillas por los defectos del sistema establecido para el acceso a ellas se ha arrastrado al margen de quién fuera el encargado de resolver la situación y eso sí que es criticable. La resolución de este problema merece más valentía de la que se ha visto hasta ahora.