En esta época del año, las Islas arden en fiestas y en todas ellas tiene lugar un conjunto de actividades que no dejan de entrañar algún peligro para las personas y aún para el entorno natural. Se trata muchas veces de riesgos menores, cuya importancia no procede magnificar aunque tampoco dejar de tener en cuenta para que no se conviertan en mayores. Por descontado que no se trata de ejercer controles y vigilancias exhaustivas, ni de adoptar unas exageradas precauciones que redundarían en perjuicio de lo lúdico. No se trata de esto. Pero sí de compaginar con sensatez lo festivo con lo prudente. De hacerse así podrían evitarse pequeños incidentes como los registrados esta misma semana en dos poblaciones mallorquinas, Sóller y Consell, en donde afortunadamente los hechos no sobrepasaron el ámbito de lo anecdótico. Hubo suerte pero en ocasiones puede faltar. Tanto en uno como en otro pueblo mallorquín, en plena celebración de las fiestas de Sant Bartomeu, tracas y fuegos artificiales fueron responsables de causar ligeras heridas a los vecinos y de provocar un incendio que, por fortuna, no fue a mayores. Nadie pretende que se eliminen de los programas de festejos los fuegos de artificio, inscritos por derecho propio en la mejor tradición mediterránea. Pero sí que éstos tengan lugar en la ubicación apropiada. En el caso de Sóller, en donde siete personas resultaron heridas, parece evidente que no es una plaza interior de la localidad, atiborrada por 3.000 personas, el sitio idóneo para hacer arder las tracas. Y en lo concerniente a Consell, tampoco se entiende que los cohetes se soltaran cerca de un terreno arbolado y con maleza, y aún menos que, en previsión de los hechos, los bomberos no se hallaran en el lugar. Insistimos que nos estamos refiriendo a sucesos de tan sólo relativa importancia, pero lo hacemos animados del deseo de no vernos jamás obligados a hacerlo en trágicas circunstancias.