La muerte por atropello de dos turistas británicos el pasado miércoles de madrugada devuelve a la actualidad la peligrosidad de la carretera de Sant Antoni en las horas posteriores a la salida de las discotecas. Se da la circunstancia de que a comienzos del mes de julio tuvo lugar otro hecho similar con el mismo resultado mortal, lo que no hace sino dramatizar aún más una situación que no ha dejado de repetirse a lo largo de los últimos años. La enorme cantidad de gente que invade los arcenes mientras espera conseguir un medio de transporte o que se dirige hacia sus lugares de alojamiento en una curiosa procesión hace aumentar exponencialmente el riesgo de la principal arteria de Eivissa, en unos momentos en los que, además, los conductores se dividen entre los que dan por finalizado el día y los que se encuentran en el principio de otro.

Ante esta situación es lógico reclamar soluciones y que éstas, además, no sean pospuestas una vez más, una vez pasado el eco de dos tragedias.
Precisamente, lo curioso de la idiosincrasia de la noche ibicenca, que algunos de los grandes clubs del baile se encuentren en zonas no urbanas, se ha convertido en un elemento de riesgo que no nos podemos permitir. Las discotecas lo saben, aunque siempre responden airadas a la asociación de sus nombres con los hechos luctuosos, pese a saberse vinculadas de forma inevitable con ellos en calidad de objeto de atracción. Una isla como la nuestra no se puede permitir que uno de sus principales reclamos -las discotecas- se convierta en un cebo mortal. Nos encontramos en una sociedad que tiene capacidad económica suficiente como para asumir soluciones que detengan una situación de riesgo que muchos de nuestros visitantes, en mayor o menor grado, siempre tendrán presente. Salvar vidas merece un esfuerzo.