El caso de la ex Yugoslavia se está pareciendo demasiado a lo que
ya vimos años atrás en Irak. Primero, los desmanes de un líder
político todopoderoso que maneja a su pueblo como quien tiene un
rebaño de ovejas. Después, las amenazas de otro líder todopoderoso,
el de Estados Unidos, que ve peligrar sus intereses económicos y
políticos en la zona y se arroga el derecho de poner orden allí.
Más tarde el resto de la comunidad internacional, a las órdenes
de Washington, se apiña para exigir el cumplimiento de una serie de
condiciones que evitarían la intervención armada. Y por último una
guerra casi unilateral que consiste más bien en dejar desolado un
país, hambriento y desesperado a su pueblo e indemne y en su sitio
al líder que la provocó.
Todo el proceso, relatado así, parece el argumento de un cómic y
en cambio las consecuencias de esta parodia son terribles, lo mismo
en Irak "que todavía sufre hambre, enfermedades y necesidades de lo
más básico" que en Serbia, donde a diario las tropas
internacionales descubren nuevas muestras de horror. Y ¿cuál es el
problema? Que en ambos casos, en una decisión que a todos los
ciudadanos del mundo se nos hace sorprendente, lo mismo Estados
Unidos "que ha comandado toda la maniobra" que el resto de la
comunidad internacional han optado por dejar en el trono a los
dictadores que se burlan de los derechos y de la dignidad de sus
pueblos.
En el penúltimo capítulo de esta macabra historia acaba de
descubrirse otra fosa común con cientos de cadáveres. En estas
tumbas sin nombre hay de todo, niños, mujeres, soldados. Sus
ejecutores: los hombres de Milosevic. Y mientras él permanece
sentado en la cima del poder con el visto bueno de todos
nosotros.
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