Más de nueve meses de tregua y un año sin asesinatos garantizan
la voluntad de ETA de abandonar la violencia e integrarse en el
diálogo como sistema de alcanzar objetivos políticos. Quienes
vivimos fuera de Euskadi no podemos tener la sensación real, casi
física, de hacer una vida normal sin el miedo permanentemente
instalado en cada persona y en todo el colectivo vasco. Pero en
Euskadi se han vivido dos jornadas electorales, una de ellas doble,
sin la amenaza etarra.
Y eso es digno de celebrarlo, aplaudirlo y apoyarlo. Un detalle
que parece nimio, pero que es explicativo: la ausencia de presos de
ETA en la cárcel de Palma hará más simple y fácil el traslado del
resto de los presos a la nueva. Háganse una composición de lugar y
sitúense en Zarauz, Getxo, Donosti o cualquier punto de Euskadi o
Euskal Herria, sabiendo que nadie les disparará en la nuca, ni
pondrá una bomba bajo su coche o hará estallar otra en un
supermercado.
Vale la pena un esfuerzo que el Gobierno parece que ha iniciado
con algunos traslados de presos, acercándolos al País Vasco,
planeando otros futuros y manteniendo algunos contactos con los
jefes de la banda para negociar un final pacífico y el abandono de
las armas por parte de los etarras. Si antes no se tuvo miedo a la
violencia, ahora no se debe tener miedo a la paz.
La radicalización de las dos posturas extremas, desde los
abertzales más antiespañolistas hasta los españoles más
antinacionalistas, no contribuye a acelerar con firmeza y solvencia
el proceso de paz. No es satanizándose como podrán alcanzar la
convivencia, sino pactando. De momento, en el Parlamento vasco ni
siquiera pudieron consensuar una declaración institucional en favor
de la paz, conmemorando un año sin asesinatos.
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