Pocas situaciones son tan enriquecedoras en el mundo de la política
como las negociaciones. El enfrentamiento de ideas por el bien de
los ciudadanos, para escoger entre las mejores opciones es, sin
duda, el verdadero propósito de todo sistema democrático, aunque a
menudo se olvide a costa de unos votantes que, por estos y otros
motivos, se ven envueltos en una espiral de apatía.
Desgraciadamente, en las Pitiüses se han dado pocos casos de
negociaciones destinadas a garantizar la gobernabilidad de las
instituciones y, en la última legislatura, ninguna salvo la de
Formentera. Y es precisamente en esa isla donde la (in)cultura de
los pactos se ha puesto de manifiesto y donde mayores consecuencias
ha tenido. Los ciudadanos han castigado en las urnas la
incompetencia del Partido Popular y el GIF para manejar con acierto
su relación de interés que les aupó al gobierno del Ayuntamiento.
Ahora, las formaciones políticas de Eivissa y Formentera tienen que
demostrar que pueden aprender de ese error y de otros anteriores en
los casos concretos de Sant Antoni y Sant Joan. Sería deseable que
los implicados hicieran un ejercicio de rigor y de saber estar y
que, por una vez, fueran consecuentes con sus actos. Las uniones
contra natura deberían descartarse, así como las que sólo pretenden
alcanzar objetivos que están lejanos a ser útiles para la
población. Pero, sobre todo, sería importante que fuera cual fuera
el resultado final se consiguiera un diálogo fluido entre los
componentes de los futuros gobiernos, porque si algo falta en estas
islas es, precisamente, respeto por el contrario y por el compañero
de al lado. Respeto real hacia su labor y hacia la aportación de
aquellos que, aunque con menos concejales o cargos, también están
representando a aquellas personas que han ido a depositar su
voto.
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