Ha terminado la campaña electoral, posiblemente una de las más
deslucidas y poco atractivas de los últimos tiempos pese a que se
anuncian resultados muy ajustados. Ha descendido el nivel de
agresividad y los insultos han escaseado, pero la campaña no ha
interesado en la medida esperada, y no precisamente por este mejor
nivel de respeto. Posiblemente, el cansancio hace mella en
candidatos y electores como lo demuestra el hecho de que los
mítines han pasado a ser un mero formulismo.
En un mundo en el que la información llega tan puntual y
exhaustivamente a los ciudadanos como es nuestro caso, llega a ser
contraproducente un bombardeo informativo y así la campaña tiene
los mismos argumentos pero diferentes intensidades o medidas. Aún
así, se echa en falta una mayor limpieza, quizá una más deseable
ética política que propicie una difusión de las ideas propias más
que una descalificación personal de los adversarios. En este
sentido, podemos felicitarnos de nuestro nivel, infinitamente mayor
que el que han demostrado los líderes españoles.
Personajes como Aznar y González, por nombrar a un presidente y
ex presidente del Gobierno español, se han lanzado a la yugular del
adversario pese a que ellos no presentan sus candidaturas
personales. Esta comparación, sin embargo, no convierte en mejores
los estilos, tácticas y estrategias de los candidatos baleares que
han dejado de lado las ideas y los programas para atacarse entre
sí, incluso en los debates en donde, necesariamente, deberían
contrastarse las ofertas electorales.
De modo que el día de hoy, dedicado a la meditación del voto,
para quien no lo tenga decidido, por supuesto, debe significar que
se analicen las ofertas de futuro para decidir cuál de ellas es la
mejor y, mañana, votar en conciencia.
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