El sector de la construcción atraviesa una coyuntura de preocupación. Mientras se ha desatado el incremento de los precios de las casas y pisos de segunda mano, advierten que después del invierno habrá una caída de su actividad porque se acaban los tiempos de las reformas de hoteles y tampoco está claro que tengan buenas expectativas para volver a construir edificios. Los efectos de la crisis a causa de la burbuja inmobiliaria siguen pesando. El sector tiene la sensación de impasse, fruto del gran desastre acontecido entre el año 2008 y hasta hace muy poco. Las facilidades de antaño para acceder a créditos hipotecarios por los ciudadanos poco tienen que ver con la actualidad.

Una sociedad traumatizada. La crisis de la burbuja se llevó por delante muchas economías domésticas, amenazadas o castigadas con el desahucio; no pocas empresas constructoras; innumerables puestos de trabajo e, incluso, a antaño sólidas y seguras cajas de ahorros. Aquel vendaval económico no tuvo piedad con nadie. Es a partir de estas premisas tan negras que hay que enfocar la imparable recuperación que se está produciendo en la actualidad. Es evidente que el sector de la construcción tienen cada vez más puestos sus ojos en las rehabilitaciones y en la construcción de chalets lujosos. El boom del alquiler turístico también pesa. Pero el poder político tiene ante sus ojos la llegada de nuevas generaciones a la madurez que aspiran a crear una familia y que tienen cada vez más difícil el acceso a un techo digno.

Planes de vivienda. No hay duda de que en Balears el futuro de la construcción pasa por una inteligente política de vivienda (sea privada o de protección oficial) que cuide el territorio y la estética de una isla que vive de su imagen. Corresponde a los poderes públicos poner en marcha esta nueva planificación inteligente, que canalice los objetivos de los constructores y que abra el camino a los jóvenes que quieran emanciparse. Pero de forma racional y seria, sin pelotazos ni escándalos.