Fiesta militar. No ha pasado desapercibido el acento militar que Putin ha puesto en el aniversario de un conflicto en el que Rusia tuvo un papel decisivo y aportó millones de víctimas. En las calles moscovitas desfilaron los últimos avances en materia de armamento de que dispone la Federación Rusa. El gesto no ha sido gratuito. El dirigente se encuentra especialmente cómodo en esta estrategia de tensión con los países occidentales, una escalada que no le genera conflictos internos destacables y le supone una baza de presión de cara al exterior. Putin quiere controlar una zona de Ucrania –a cuyos rebeldes suministra armamento– y Europa –en especial, Alemania– necesita su gas. El desfile fue un elemento más de esta peligrosa escenografía.
Un conflicto complejo. Desde el final de la Guerra Fría no se había generado un enfrentamiento tan directo entre Rusia y la mayoría de los países occidentales. La milicias prorrusas de Crimea consolidan su desobediencia a Kiev y defienden su independencia para mantenerse bajo la tutela de Moscú. Mantener el control de las bases militares en la zona y una salida directa al Mediterráneo, además de una vinculación social y política con Rusia, avalan el juego de Putin con el apoyo mayoritario del país. Occidente se niega a aceptar una secesión en Ucrania y menos si está propiciada, como es el caso, desde Rusia. Las posiciones de unos y otros están encastilladas. La soledad de Vladimir Putin deja claro que el problema sigue sin resolverse.
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