El Papa Benedicto XVI ofrece una rosa dorada al Santuario de la Virgen de Fátima. | Efe - PAULO CUNHA
Benedicto XVI llegó ayer a Fátima, meta de su viaje a Portugal, donde visitó la Capilla de las Apariciones y pidió a la Virgen que «el Papa sea firme en la fe, audaz en la esperanza y fuerte en el amor». Ante decenas de miles de personas, que desafiaron el frío y la lluvia, el papa Ratzinger consagró a María a todos los hombres del mundo y fijando la mirada en la imagen de la Virgen dijo que «consuela profundamente saber que está coronada no solo con el oro y la plata de nuestras esperanzas y alegrías, sino también con los proyectiles de nuestras preocupaciones y sufrimientos».
Con esas palabras, Benedicto XVI se refería a que en la corona de la Virgen se encuentra engarzada la bala que disparó el terrorista turco Ali Agca a Juan Pablo II el 13 de mayo de 1981 en el Vaticano y que no logró matarle.
El papa Wojtyla siempre mantuvo que «una mano disparó (la de Agca) y otra mano (la de la Virgen) guió la trayectoria de la bala y el Papa agonizante se detuvo en el umbral de la muerte». En su primer viaje a Fátima, un año después del atentado, Juan Pablo II donó a la Virgen la bala.
En la parte estrictamente religiosa de su viaje, Benedicto XVI rezó durante unos minutos ante la Virgen en la capilla que se levanta en un lateral de la explanada y después le ofreció, igual que hizo Pablo VI en su viaje de 1967 a Fátima, una Rosa de Oro.
«¡Viva o Papa Bento!»
Sonriendo, contento de estar en la localidad portuguesa que vivió en 1917 las seis apariciones de la Virgen a los tres niños videntes, Benedicto saludó a numerosos niños y a las miles de personas que le acogieron con «¡Viva o Papa Bento!».
En la celebración de las Vísperas en la Iglesia de la Santísima Trinidad, pidió a los sacerdotes que se ayuden ante situaciones de «debilitamiento de los ideales sacerdotales» o ante «la dedicación a actividades que no concuerdan con lo que es propio de un ministro de Jesucristo».
Antes de partir a Fátima desde Lisboa, Benedicto XVI rompió el protocolo y las medidas de seguridad para saludar a los niños congregados a la salida del Palacio de Belén de la capital portuguesa, donde el Pontífice mantuvo un encuentro con artistas. «Salió del coche y se dirigió hacia los niños, fue el delirio», dijo el coordinador de la visita y obispo auxiliar de Lisboa, monseñor Carlos Azevedo.
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