Es una pregunta que suelo hacerme cada fin de año: ¿qué quedará culturalmente de él en el imaginario colectivo? Pregunta que vale tanto para lo local como lo global. Y la respuesta, la verdad, es que, a vista de pájaro, las huellas culturales son más bien fugaces, con poco poso que resista el paso del tiempo, salvo las excepciones de rigor, pero una golondrina no hace verano; claro que también es cierto el dicho contrario (ya puestos) de que un grano no hace granero pero ayuda al compañero. Hay refranes para todo.
Así que un año más que se nos va de las manos, y es el momento de mirar atrás (¿sin ira?). Una mirada que, centrándose en lo acaecido culturalmente en Eivissa, no creo correr el riesgo de convertirme en estatua de sal, pues me ha parecido un año más bien discreto, sin grandes tirones estimulantes tampoco. Aunque ésta es una consideración siempre subjetiva, que no se debería esgrimir en un espacio público cuando se habla de cultura, ya que no es una forma recomendable de hacer amigos, pues los artistas en general (más cuanto más mediocres) suelen tener un ego particularmente vulnerable y a la primera de cambio, a la mínima crítica, te pueden llegar a negar el saludo, lo que resulta algo incómodo si vives en un territorio tan pequeño.
En cualquier caso, y hablando en primera persona, este 2011 me lo he tomado más bien con cierta tranquilidad. Es lo que tienes el ver los toros desde la barrera. Así, al no tener que tratar con los protagonistas culturales del año, con sus exigencias, sus vanidades, su finísima piel y sus pretendidos agravios comparativos, me he evitado bastantes quebraderos de cabeza y algún que otro disgusto tonto, de esos que uno guardaba bajo la etiqueta de ‘gajes del oficio'.
Entonces, a ver, por nombrar algunos eventos, cosas o casos culturales que así, sin consultar ninguna hemeroteca, se me hayan quedado en la mente, diría: el festival de jazz, tocando madera para que pueda tener continuidad y no caiga bajo la guillotina de los putos recortes; la ópera de Armin y compañía, Don Giovanni este año, una alegría esperada ya como una tradición que es de desear continúe; la inauguración del Conservatori, un deseo que se hizo de rogar pero que llegó al fin; algún libro de algún amigo, pero mejor no poner títulos ni nombres para no ofender a los que no; el proyecto Ressonadors y anexos, todo un soplo de aire fresco que contagia su entusiasmo; así como algunos conciertos de música joven, sorprendido del buen nivel que están alcanzando algunos valientes, porque hay que tener mucha ilusión y ganas para luchar contra tanto elemento hostil a la causa. Y por nombrar algunos lamentos culturales: el primero y ya recurrente, ¿cuándo coño se abrirá por fin el Museu Monogràfic del Puig des Molins? ¿Será por fin en este 2012? La verdad es que la cosa ya huele mal; y otro deseo: que también pueda inaugurarse, completo, el Museu d'Art Contemporani.
Molts d'anys, pues, y a tocar madera.
Opinión
Un año desde la barrera
30/12/11 0:00
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