El público no dejó de cantar los temas de 'Ressonadors' durante el concierto. FOTO: GERMÁN G. LAMA

Vaya por delante que me encanta la propuesta de Ressonadors. Considero, tras decenas de escuchas, que el trabajo cuyo motor es el tándem Gisbert/Barbé está plagado de magia. Por eso tal vez esperaba encontrar en el concierto del sábado ese plus que añade normalmente el formato en directo.

Mis acólitos y yo lo achacamos en seguida a la escasez de decibelios.

Un espectáculo de este calibre, en el cual colaboran un número desorbitado de excelentes artistas, necesita un soporte sonoro a la altura. Un concierto de canciones rockeras en su mayoría precisa de un sonido que pegue, que envuelva y absorba al oyente. Pero durante muchos pasajes podías hacerte entender incluso en voz baja.

Esta circunstancia, sumada al frío, la lluvia y otras que se escapan a la razón hizo que la magia que se le presuponía al evento brillara por su ausencia. Pese a ello, la mayoría de los asistentes quedaron encantados con el resultado.

La banda estuvo compuesta por viejos conocidos de la escena ibicenca liderados por el polifacético Joan Barbé a la guitarra que hizo además de maestro de ceremonias. Acompañándole con brillantez estuvieron Iván Doménech a la otra guitarra, Joan Trafford a cargo del bajo, Arturo García tras la batería y Juanma Redondo a los teclados.

La formación abrió, como no podía ser de otra manera, con la popular Anàrem a Sant Miquel, tal vez la canción más emblemática de este primer Ressonadors. Un Alfredo Marí entusiasta y ataviado en un traje tradicional del Ball Pagés cedió el testigo a Miquel Prats cuya revisión rock 50's de La pressó de Nàpols le va como anillo al dedo.

Tras este suculento aperitivo le llegó el turno a Carlos Trafford que no paró de brincar y animar por el escenario mientras entonaba Sa nostra ciutat d'Eivissa.

El siguiente en empuñar el micro fue David Serra. Los acordes de Jo tenc una enamorada llenaron el ambiente y devinieron en uno de los mejores momentos de la velada. La primera sorpresa de la noche llegó con el primer tema inédito pero conocido por todos Un barquet nou, probablemente un anticipo de lo que será la segunda entrega de esta fantástica iniciativa.

La bella De jo et vas despediguent con el dueto formado por Chevy y Bellido no desmereció en absoluto de lo transcurrido anteriormente. Para entonces las primeras gotas de lluvia ya habían caído, aunque sin la suficiente convicción como para amedrentar el ánimo de los numerosos asistentes.

Xomeu Joan, popular vocalista de Aires Formenterencs, revisó Visc a Formentera y curiosamente fue el único que rehusó subirse al escenario sin la compañía de su preciada guitarra.

La maravillosa voz de Àngela Cervantes hipnotizó a los asistentes interpretando la preciosa Sa serena cau menuda. Una canción que gana enteros conforme más se escucha.

Sin embargo y pese al buen nivel exhibido hasta el momento, lo mejor para un servidor iba a llegar con el siguiente tema. Bona nit blanca roseta contó con un inmenso Tito Zornoza y con la inestimable aportación de la sección de vientos de la Eivissa Jazz Big Band. Lo único que eché en falta fue la genial guitarra de Norberto Rodríguez. Zornoza repitió, como ya había hecho anteriormente David Serra, y obsequió a los asistentes con Sa Faus en un mano a mano con Joan Barbé repleto de complicidad.

Trec trec terc, Ses germanes captives y la divertida Sa carta que m' enviares siguieron intentando caldear una velada que cada vez se antojaba más fría y húmeda para finalmente, ironías del destino, romper a llover durante Sona viola sona, la mejor canción del álbum.

De lo que sucedió a partir de entonces no puedo siquiera contar unos pocos detalles, ya que me empezó a preocupar más no agarrar una pulmonía que lo que acontecía en el escenario en aquellos confusos instantes. La visión del mismo además, quedó reducida debido al gran número de paraguas que se abrieron.

El show murió prematuramente tras el Flors de Baladre de Gerard Quintana cuando aún quedaban un par de balas en la recámara.

CHRISTIAN ROIG