Antes de empezar la conversación, Daniel Giralt-Miracle ya había
advertido: «Erwin Bechtold es muy creativo pintando y contundente
gesticulando». Y, efectivamente, tanto la pintura como los gestos
del artista alemán afincado en Eivissa inundaron ayer noche la Sala
Aljub del Museu Es Baluard, el escenario escogido para la charla
«Bechtold/Giralt-Miracle. Tête a Tête». Frente a la instalación
«Destrucció/Construcció», los asistentes se dejaron seducir por una
conferencia que enfrentó al artista con el crítico de arte, al
creador con el encargado de analizar la creación. El coloquio
sirvió para complementar la exposición «Bechtold 80», que
actualmente puede verse en Es Baluard.
Articulado como una conversación entre dos amigos, «nos une una
amistad de más de 30 años», el debate empezó como debería haber
terminado: Con el aplauso de los espectadores a Bechtold. De esta
manera, todos rindieron homenaje al artista por sus 80 años. «Jamás
ejercerás la jubilación», afirmó Giralt-Miracle. «No. Trabajo cada
día. Duermo, como y pinto, no hago nada más. Nunca he creído en la
inspiración, es una ilusión. La creación es el momento en el que se
trabaja», dijo el artista.
«Abstracto, manipulador de la materia, orgánico, constructor de
espacios, casi arquitecto, interiorista. ¿Su obra es un conjunto
evolutivo, una unidad o un conjunto de etapas», preguntó
Giralt-Miracle. «Es una cadena. La pintura siempre ha sido lo que
más me ha costado. Siempre hay que luchar contra lo que puede
hacerse de forma sencilla, no hay que caer en la repetición. Me
aburriría haciendo cosas que salieran fácilmente. Hay que ir más
allá».
En «Bechtold 80», se confrontan la primera y la última etapa
creativa del artista, «¿dos mundos diferentes?». «En mis primeras
obras se puede apreciar mi mundo, ese intento de hacer verdades
sobre mí mismo para mostrar algo de mi persona, pero permanece más
escondido. Mi afiliación al informalismo nunca fue del todo pura,
por lo que veo estos cuadros como si fueran parientes lejanos del
Bechtold auténtico».
El desarrollo vital del artista protagonizó la segunda parte del
coloquio, que giró en torno a Alemania, París, Barcelona y Eivissa.
«Me eduqué con la Alemania de Hitler, pero siempre me alejé de las
grandes manifestaciones nazis. Cuando finalizó la Segunda Guerra
Mundial, creía que la nueva clase política lo haría bien. Me
equivoqué, me desilusioné y decidí trasladarme a París». De París
se fue a Barcelona, pasando de una democracia a otra dictadura,
decisión «difícil de entender», según Giralt-Miracle. «Siempre
había tenido ganas de conocer Barcelona. Llegué por unos días y me
quedé unos años». Allí, entró en contacto con el mundillo artístico
catalán y, también, con la resistencia al franquismo. «La gente
tenía que entrar a las exposiciones por la puerta de atrás porque
ni se aceptaban las reuniones ni hablar en catalán».
Después llegó Eivissa, su destino final. «Me enamoré de la isla
al instante. Estaba viva. Sus calles, sus casas y su atmósfera me
impresionaron. Encontré un lugar tranquilo y barato donde vivir».
Un mundo compuesto de dos mundos: «El popular y el de la
efervescencia del arte contemporáneo», según Giralt-Miracle. «Los
artistas huíamos de las grandes ciudades y, en Eivissa, hallamos
una vida apartada. Allí podíamos encontrar lo que queríamos
ser».
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