«El cambio que ha sufrido Eivissa ha sido tan enorme en estos 50
años, que si no fuera por la belleza de su naturaleza, pensaría que
se trata de otra isla». Con estas palabras resumió ayer Erwin
Bechtold a Ultima Hora Ibiza y Formentera la impresión
retrospectiva que siente al pensar en aquel lejano 1954, cuando
llegó por primera vez a Eivissa. «Entonces era una isla totalmente
olvidada; nadie hablaba de ella, sólo los comentarios de algunos
artistas que contaban que era un sitio estupendo, bonito y barato
para trabajar», añadió.
En su caso, y salvo las referencias a las Pitiüses que había
estudiando en el instituto, la primera vez que Bechtold escuchó
hablar de Eivissa fue en París y a través de Heinz Trökes. Una
recomendación que aprovechó con creces. «He seguido todo el
desarrollo de esta isla desde el principio de la situación bíblica,
digamos, por lo dejada de la mano de Dios que se encontraba, tan
anclada en el sueño de los siglos. El cambio ha sido enorme, sí».
«Es cierto que recuerdo con nostalgia los primeros años en la isla,
pero tampoco hay que olvidar que el mundo ha cambiado mucho en
todas partes, y hay que valorar como merecen las facilidades que
ahora tenemos en Eivissa para poder viajar y para comunicarnos
dentro de la isla. Así que no pienso marcharme, tengo las raíces
bien hondas y aquí pienso seguir», afirmó el artista alemán, que el
próximo año alcanzará los 80 años de edad.
Una efemérides que tiene intención de celebrar, aunque aún no
tenga definido del todo cómo, dónde y de qué manera. «Bueno, habrá
algunas exposiciones, pero no sé si también en Eivissa, porque de
momento no tengo ofertas. Ya veremos cómo se organiza la cosa»,
apuntó con discreción, sin desvelar el programa. En cualquier caso,
y por el momento, Bechtold no ha organizado ninguna actividad para
celebrar sus bodas de oro con Eivissa. Ni tampoco parece que
ninguna institución de la isla haya realizado algún gesto de
agradecimiento hacia un artista que ha revalorizado artísticamente
el nombre de Eivissa, pues aquí ha realizado la mayor parte de su
obra, y porque él (junto a Erwin Broner) fueron los impulsores del
Grupo Ibiza 59, uno de los movimientos artísticos más relevantes de
la isla, el que la puso en la órbita del arte de vanguardia que
tantos y tan buenos frutos dieron en sus obras y en las de sus
compañeros de grupo: Hans Laab, Katya Mairowsky, Bob Munford, Egon
Neubauer, Antonio Ruiz, Bertil Sjöberg y Heinz Trökes.
En este medio siglo de residencia en la isla, han sido varios
los domicilios por los que pasó Erwin Bechtold (junto a su esposa
Cristina). «Por aquel tiempo apenas existía comunicación; sólo los
autobuses que iban del pueblo a la capital; salían por la mañana y
regresaban por la noche. Así que todos vivíamos en la ciudad, donde
era muy difícil encontrar un pisito o algo para alquilar; no había
nada preparado y los únicos hoteles eran la Fonda Comercio, en la
Marina, y el Hotel Ibiza», recordó nostálgico el casi octogenario
pintor.
Más tarde, Bechtold alquiló una finca antigua en el valle de
Morna. «Pero empezamos a buscar una cosa definitiva, porque los
alquileres empezaban ya a subir. Finalmente, en 1959 encontramos en
Sant Carles una ruina -literalmente- que estaba a la venta.
Comprarla fue un gran esfuerzo, porque aunque hoy nos pareciera el
precio realmente barato, en esa época no había mucho dinero.
Fíjate: con lo que cobró, el dueño construyó una casa cerca del
pueblo con agua y terreno para su hija, que se casó por entonces»,
precisó el pintor.
Todo, pues, es relativo, incluso en aquellos duros años. Y de
aquella ruina payesa a la elegante, sobria y silenciosa residencia
actual de los Bechtold, media la misma distancia que entre la
calabaza y el carruaje dorado de Cenicienta. Paso a paso, según lo
iba exigiendo el paso y el peso de los años. «Yo mismo fui
ampliándola, al estilo de cómo hacían los ibicencos con las casas
payesas, añadiendo un cubo y otro más según iba siendo necesario,
sobre todo por el espacio del estudio», concluyó.
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