Salvador Montó vive de lo que más le gusta, de lo que siempre
había sido su vocación y de algo a lo que nunca le había podido
dedicar el tiempo necesario. «Yo pinto desde siempre, pero a nivel
profesional, trabajando con galerías y dedicándome plenamente a
ello, sólo desde 1992. Antes de eso había hecho antes algunas
exposiciones de las que organizan las casas de cultura. Luego,
siguiendo los consejos de una persona, que en ese sentido me
orientó muy bien, empiezo a presentarme a concursos nacionales de
pintura. En uno de ellos que se celebró en Salamanca, un galerista
de Madrid vio mi obra y a partir de ese momento, que era el mes de
septiembre, ya me dió fecha para exponer en noviembre de ese mismo
año. A raíz de ahí, un poco obligado por la demanda, dejé las
oposiciones porque no podía compaginar las dos cosas y porque lo de
la pintura empezó a funcionar muy bien, cosa que me sigue
ocurriendo. Por suerte, puedo vivir haciendo lo que más me gusta,
porque para mí es algo vocacional. Yo tenía ese deseo íntimo, no
sólo porque me gusta pintar, sino porque es otra forma de vida en
la que tú te organizas el trabajo y además puedes viajar», comentó
al artista. «Aún así, siempre he tenido presente que era un mundo
muy complicado. Sobre todo cuando empiezas, porque las galerías con
darte una oportunidad ya es demasiado y tu futuro depende mucho de
esa exposición», añadió recordando sus inicios.
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