Además, el actor, que en los últimos años se había mantenido
alejado de las pantallas, era víctima de los efectos debilitadores
del mal de Alzheimer. Sin embargo, la imagen que ha dejado grabada
es la de uno de esos duros de Hollywood, como Lee Marvin, James
Coburn y Clint Eastwood. Actores cuyo semblante adusto, piel poco
cuidada y ademanes de ruda masculinidad les hacía poco proclives a
ser galanes en una industria que los prefería del estilo de Cary
Grant y James Stewart.
Aun así, este hijo de mineros lituanos, undécimo hijo de una
familia de quince hermanos, bautizado como Charles Buchinsky, supo
hacerse un hueco en un trabajo que le fascinó no por su amor al
arte, como tantas estrellas aseguran, sino por su amor al
dinero.
En Estados Unidos la fama le fue esquiva en sus comienzos, que
de por sí fueron tardíos, a pesar de sus papeles secundarios en
películas que hicieron historia, como «Los siete magníficos» (1960)
y «La gran evasión» (1963), ambas dirigidas por John Sturges, y
«Doce del patíbulo» (1967), de Robert Aldrich. Bronson se convirtió
en Europa en un dios del spaghetti western tras intervenir en
cumbres del género como «Hasta que llegó su hora» (1968), de Sergio
Leone, y regresó a Estados Unidos como un héroe con la película «El
justiciero de la ciudad» (1974), de Michael Winner.
El filme, primero de una serie de varias películas, fue
considerado como «una abominación cinematográfica que seguro que
hace dinero», un pronóstico que se cumplió al pie de la letra y que
hizo de Bronson la misma estrella que Europa hacía tiempo que había
descubierto.
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