EFE-LOS ANGELES
La muerte de Charles Bronson deja a Hollywood sin uno de sus últimos hombres duros, un actor tan directo como sus papeles y que siempre unió su amor por el séptimo arte al elevado salario que una estrella puede cobrar. Bronson, de 81 años, falleció este fin de semana de neumonía en el hospital Cedars-Sinai de Los Angeles (EEUU), donde llevaba varias semanas ingresado.

Además, el actor, que en los últimos años se había mantenido alejado de las pantallas, era víctima de los efectos debilitadores del mal de Alzheimer. Sin embargo, la imagen que ha dejado grabada es la de uno de esos duros de Hollywood, como Lee Marvin, James Coburn y Clint Eastwood. Actores cuyo semblante adusto, piel poco cuidada y ademanes de ruda masculinidad les hacía poco proclives a ser galanes en una industria que los prefería del estilo de Cary Grant y James Stewart.

Aun así, este hijo de mineros lituanos, undécimo hijo de una familia de quince hermanos, bautizado como Charles Buchinsky, supo hacerse un hueco en un trabajo que le fascinó no por su amor al arte, como tantas estrellas aseguran, sino por su amor al dinero.

En Estados Unidos la fama le fue esquiva en sus comienzos, que de por sí fueron tardíos, a pesar de sus papeles secundarios en películas que hicieron historia, como «Los siete magníficos» (1960) y «La gran evasión» (1963), ambas dirigidas por John Sturges, y «Doce del patíbulo» (1967), de Robert Aldrich. Bronson se convirtió en Europa en un dios del spaghetti western tras intervenir en cumbres del género como «Hasta que llegó su hora» (1968), de Sergio Leone, y regresó a Estados Unidos como un héroe con la película «El justiciero de la ciudad» (1974), de Michael Winner.

El filme, primero de una serie de varias películas, fue considerado como «una abominación cinematográfica que seguro que hace dinero», un pronóstico que se cumplió al pie de la letra y que hizo de Bronson la misma estrella que Europa hacía tiempo que había descubierto.