Mucho menos conocido y popular que el Archiduque Luis Salvador de Austria, el ilustrado diplomático francés André Grasset de Saint-Sauveur también escribió una obra interesante sobre el archipiélago balear, cuya versión en lengua catalana acaba de ser publicada por la Banca March.El libro vio la luz por primera vez en París en 1807, bajo el título de «Viatge a les Illes Balears i Pitiüses». Se trata, como apunta el historiador Agustí Josep Aguiló en el prólogo, de una especie de «Informe estratégico de un viajero ilustrado al servicio de Napoleón» de quien fuera el comisario de relaciones comerciales de Francia y cónsul del Emperador francés en Balears.

La buena acogida que tuvo su aparición provocó que fuera pronto traducida a las principales lenguas europeas, aunque hasta 1952 no apareció vertida al castellano, y sólo ahora es editada, gracias a la iniciativa privada, la versión catalana. De entre los méritos que tiene el minucioso trabajo, cabría destacar su carácter de informe ilustrado, fiel al espíritu enciclopédico de la época, así como su interés estratégico militar al servicio de los intereses napoleónicos en la zona. Con el estilo utilitario que caracterizaba a los hombres de la Ilustración, Grasset completa su estudio con observaciones y consejos para la desarrollo social y económico de las Islas. Desde la prepotencia que le otorgaba pertenecer a un país que en tales momentos era la vanguardia filosófica y política de Europa, el diplomático francés analiza la agricultura balear, su industria y comercio para enfatizar que lo único que encuentra «son formas y métodos obsoletos»: la forma de arar las tierras y la falta de mano de obra, la mala distribución de la propiedad, la utilización del arado sin ruedas, el pésimo estado de los caminos, el grado «ínfimo» de desarrollo del comercio, la limitación de la industria isleña prácticamente a los productos de primera necesidad...

La constante perplejidad de Grasset ante el evidente atraso que encuentra en las Islas, que visita detalladamente en distintos viajes (1801, 1802, 1803, 1804 y 1805), hace que a veces adopte un tono pedagógico y casi paternal: «Es necesario instruir al agricultor, hacerle ver los defectos de sus métodos, combatir y vencer sus viejas costumbres y triunfar sobre sus prejuicios para que vea la necesidad de cambiar». Un libro que se lee entre la nostalgia, la sonrisa y la curiosidad.