Francesc Parcerisas fue el encargado de presentar en el Consell Insular el último libro publicado por Marià Villangómez. Foto: V.F.

El poeta catalán Francesc Parcerisas (Begues, 1944) se desplazó el pasado viernes a Eivissa, isla con la que mantiene una especial relación, para presentar «El llambreig en la fosca», último libro publicado de Marià Villangómez. Actualmente, Parcerisas es el director de la Institució de les Lletres Catalanes y acaba de recibir el premio Cavall Verd-Rafael Jaume de traducción poética por el libro de Ezra Pound «Un esborrany de XXX Cantos».

"¿Cómo le sienta ser el director de la Institució de les Lletres Catalanes?
"Bien. La verdad es que es un trabajo la mayor parte de las veces muy agradecido, porque es una institución desde la cual se organizan muchas cosas. Hay una parte de trabajo burocrático, pero tenemos bastante capacidad para montar cosas, aparte de dar becas a los escritores y otros aspectos. Se pueden hacer exposiciones, se puede mandar a escritores a congresos, a lecturas, a festivales. Por lo tanto te permite hacer aquello que querrías hacer tú mismo, pero lo puedes hacer para otros.

"Pero los creadores como gestores parece que tienen mala prensa.
"Yo creo que los creadores como gestores no son malos, lo que pasa es que la gestión misma, sobre todo en la parte administrativa, es terrible, porque tiende a complicarse, a perpetuarse y no hay nada, excepto tal vez el poder político que pueda deshacer esos nudos. En ese sentido, la gente que viene del campo creativo se siente bastante inútil porque no sabe cómo moverse. Tenemos que seguir los cauces de la administración o abandonarla. Pero si esos cauces, donde además no hay mucho dinero ni mucho presupuesto, no son excesivamente complicados, se pueden llegar a hacer bastantes cosas. Creo que el problema es que cuando estás dentro ves que se podrían hacer muchas más, que lo que sobran son ideas; todo el mundo las tiene y algunas son realmente muy buenas; que los medios no son escasos; a veces, el dinero se utiliza bien y otras mal; y a veces, con relativamente pocos recursos o poniendo un poco más de dinero, se podrían hacer cosas mejores. Aquí el dilema está entre la efectividad real, digamos, entre la infaestructura y la visibilidad; entre la publicidad, lo aparatoso, la foto externa, y lo que perdura. Y ahí sí que hay una frontera entre el interés político, que de una manera relativamente lícita busca la visibilidad, y el interés de los sectores más profesionales, que lo que quieren es que las cosas funciones, independientemente de quien mande.