Una de las calles de la Medina, el barrio más típico de la ciudad de Marraquech.

Marraquech, la ciudad cuyo nombre está intimamente ligado a Eivissa desde esta semana, es un lugar en el que los sentidos se agudizan para poder captar toda la esencia de esta localidad africana en la que ha tenido lugar la reunión del Comité del Patrimonio Mundial que ha aceptado la inclusión de la candidatura ibicenca en su prestigiosa lista. Principalmente, el atractivo de Marraquech se centra en el interior de la Medina, recinto amurallado que contiene el caso antiguo de la ciudad, rodeado de amplias avenidas jalonadas por numerosos hoteles.

La primera cita obligada es la plaza Jemaa El Fna, punto de encuentro y antepuerto de los zocos. En ella puede disfrutarse de encantadores de serpientes y vendedores de agua vistosamente ataviados y tomar un té con menta durante el día; pero a la caida del sol la plaza se transforma y se convierte en escenario para magos, contorsionistas y luchadores que buscan entre el público a su oponente, todo ello aderezado por los múltiples puestos de comida típica.

Jemaa El Fna está flanqueada por el sur a pocos metros por la espectacular torre de Koutoubia, y al norte por los zocos, un laberítico entramado de calles en los que puede encontrarse prácticamente de todo; y es en este lugar, que no ocupa una gran porción de terreno, donde los sentidos perciben con fuerza la diversidad de la ciudad. Olores a especias, tintes, barnices se mezclan con el abrumador color de la cerámicas y las telas teñidas y puestas a secar al sol.