Iván Muñoz
Su caracter abierto y desenfadado hace que nunca pasen desapercibidos durante el periodo estival, pero anoche los turistas y residentes italianos se hicieron notar más que nunca en las calles de Eivissa. Ya dieron muestras el pasado miércoles tras el partido de semifinales que no por estar lejos de su país iban a renunciar a disfrutar de la gesta que su equipo estaba llevando a cabo, alborozo que ayer se multiplicó hasta llegar a la cota máxima que un aficionado al fútbol puede alcanzar: que su equipo, su país, se proclame campeón del mundo.

Ya desde por la mañana se podía ver por las calles de la capital de la isla más camisetas azzurre de las habituales. Gestos simpáticos, nervios y algún que otro cántico servían para que los transalpinos calmaran su lógica inquietud. Pero fue a partir de las 19,00 horas, una antes de que comenzara el partido, cuando empezaron a poblar las terrazas de bares y cafeterías más característicos del puerto. Todos ellos engalanados con la bandera tricolor que representa a su país y las televisiones -la mayoría de última generación- que han servido para seguir toda la competición colocadas en el mejor lugar del local.

El restaurante Bella Napoli situado en el barrio de Es Pratet es lugar de encuentro habitual de la parroquia italiana, y como tal no podía faltar a la cita. Hacía varios días que sus mesas estaban reservadas por aquellos que no querían dejar de vivir un momento histórico junto a los suyos, y lo hicieron como si en la piazza de sus localidades de origen se encontraran. Camisetas, pañuelos, banderas y caras pintadas sirvieron para dar aliento desde la lejanía a los hombres de Marcello Lippi. Aunque no empezaron bien las cosas, Materazzi logró levantar el ánimo de una afición cada vez más nerviosa que mostró su alegría con la expulsión de Zidane y que explotó cuando Fabio Grosso marcó un gol que ya está archivado en la historia del fútbol. Besos, champán, cánticos y gritos inundaron el ambiente mientras a poco más de 500 metros, en la Plaza del Parque, los seguidores franceses no podían ocultar su tristeza. Dos horas después del partido final, las principales avenidas de la ciudad de Eivissa y Formentera eran una locura de cláxons de motorini.