-¿Cómo recuerdas tu llegada al equipo?
-Vine del Azkar Lugo después de recibir una oferta muy tentadora. Y
recuerdo que lo primero que le dije a mi mujer al salir del primer
entrenamiento fue: «¡Donde nos hemos metido!». Se jugaba muy
distinto a como yo estaba acostumbrado, casi sin pensar en la
táctica. Si no fuera porque ella tenía trabajo aquí nos habríamos
ido.
-Ya han cambiado las cosas desde
entonces.
-Sí, ahora el nivel es muy aceptable. Mucho mejor que el de muchos
equipos de la categoría.
-¿Mejoró la cosa el segundo año?
-No tengo tampoco muy buenos recuerdos de aquella época. Se apostó
por subir, pero creo que los jugadores nos acomodamos.
-Y a la tercera fue la vencida.
-Sí. Tuvimos la suerte de que llegara un entrenador que sabía lo
que quería y que acertó. Aquello fue la gloria y ganamos todos los
partidos con comodidad. Afortunadamente me dijeron que contaban
conmigo para jugar en Plata.
-¿El ascenso fue tu mejor momento?
-Sí, aunque yo ya me veía campeón desde poco después de la segunda
vuelta. Cuando ganamos al Odesa me dije: «Esto no se nos
escapa».
-¿Te encuentras cómodo en la isla?
-Sí, esto es un paraíso. Es muy tranquilo, muy pausado. Nadie te
pone nunca una mala cara. Se nota la diferencia.
-Cien partidos deben de dar para mucho. ¿Qué anécdotas
destacarías?
-Pues que aquí fue la primera vez que me expulsaron. Fue jugando
contra Javico, a quien le pegué un cabezazo. Nunca había perdido
los nervios, pero la situación del equipo me hacía estar nervioso.
Tampoco se me olvida cuando estuve a punto de perder un ojo en un
entrenamiento por un pelotazo de Clayton.
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