Iván Martín alcanzará en el próximo partido el centenar de encuentros de liga con su actual equipo.

Iván Muñoz
Llegó del Azkar Lugo hace tres años. Y aunque de no ser por su mujer se habría dado la vuelta nada más llegar, el próximo partido de liga que juegue será su número 100 bajo los palos del Arzuaga&Gasifred. Iván Martín es uno de los porteros más en forma de la Divisón de Plata del fútbol sala nacional. Y como mínimo, defenderá los colores del equipo ibicenco durante tres temporadas más.

-¿Cómo recuerdas tu llegada al equipo?
-Vine del Azkar Lugo después de recibir una oferta muy tentadora. Y recuerdo que lo primero que le dije a mi mujer al salir del primer entrenamiento fue: «¡Donde nos hemos metido!». Se jugaba muy distinto a como yo estaba acostumbrado, casi sin pensar en la táctica. Si no fuera porque ella tenía trabajo aquí nos habríamos ido.

-Ya han cambiado las cosas desde entonces.
-Sí, ahora el nivel es muy aceptable. Mucho mejor que el de muchos equipos de la categoría.

-¿Mejoró la cosa el segundo año?
-No tengo tampoco muy buenos recuerdos de aquella época. Se apostó por subir, pero creo que los jugadores nos acomodamos.

-Y a la tercera fue la vencida.
-Sí. Tuvimos la suerte de que llegara un entrenador que sabía lo que quería y que acertó. Aquello fue la gloria y ganamos todos los partidos con comodidad. Afortunadamente me dijeron que contaban conmigo para jugar en Plata.

-¿El ascenso fue tu mejor momento?
-Sí, aunque yo ya me veía campeón desde poco después de la segunda vuelta. Cuando ganamos al Odesa me dije: «Esto no se nos escapa».

-¿Te encuentras cómodo en la isla?
-Sí, esto es un paraíso. Es muy tranquilo, muy pausado. Nadie te pone nunca una mala cara. Se nota la diferencia.

-Cien partidos deben de dar para mucho. ¿Qué anécdotas destacarías?

-Pues que aquí fue la primera vez que me expulsaron. Fue jugando contra Javico, a quien le pegué un cabezazo. Nunca había perdido los nervios, pero la situación del equipo me hacía estar nervioso. Tampoco se me olvida cuando estuve a punto de perder un ojo en un entrenamiento por un pelotazo de Clayton.