-Ante todo enhorabuena. Se cumplió el
objetivo.
-Y no es fácil. Siempre hay dos o tres etapas que son las más duras
y decisivas. Si se pasan las posibilidades de llegar al final se
disparan, pero hay que conseguirlo.
-¿Cuál fue el momento más duro?
-Pues precisamente esas, las etapas de Mauritania. Exactamente la
de Nouakchott a Kiffa. Fue en la que más pegas tuvimo, junto a la
anterior (Atar-Nouakchott), en la que se nos hizo de noche y
tuvimos que hacer una pista alternativa. Nos penalizaron, pero eso
nos permitía seguir en carrera.
-¿Has notado mucho la diferencia respecto a cuando corriste en
moto?
-Correr el Dakar en moto supone una dureza física y psicológica.
Aquí la dureza es más psicológica, hay que estar muy concentrado.
Cuando todo va bien, todo es más fácil si corres en coche, pero si
las cosas se tuercen hay que estar tranquilo para reaccionar de la
forma adecuada y no complicar las cosas.
-¿Qué te ha impresionado más de todo lo que has visto?
--Conmocionan mucho las desgracias, pesan mucho. Sobre todo
cuando pasa algo en el exterior de la prueba, como los atropellos a
los niños. Si ocurre dentro del grupo también, pero quien viene a
correr ya sabe a lo que se atiene. Cosas como los atropellos no
tendrían que ocurrir, pero es casi imposible de evitar a pesar de
las medidas que se toman. Hay muchos poblados, muchos niños
corriendo, y es imposible controlarlos a todos.
-De todas las anécdotas que has vivido, ¿con cuál te quedas?
-Recuerdo especialmente la etapa en la que tuvimos que hacer el
recorrido alternativo. Allí es muy difícil entenderse con los
lugareños porque nadie habla inglés o francés. Después de no lograr
que nos explicaran por dónde ir ni siquiera dibujando planos en la
arena, un tuareg se ofreció para venir con nosotros y nos fue
indicando el camino hasta que nos encontramos con un vehículo de la
organización. Él se quedó allí.
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