Guillermo Romaní
El seleccionador del equipo nacional de balonmano, César Argilés, se encuentra en Formentera con motivo de su participación en el Campus de balonmano de Formentera. El éxito de la primera edición le trae de nuevo a la isla. Su estancia es un estímulo y un premio para los jóvenes jugadores, pues éste es el único campus que realiza el técnico a lo largo del año. «Los compromisos con la selección y la observación de los jugadores de la liga Asobal me alejan demasiado de la base del deporte, por eso, de vez en cuando es muy interesante volver a encontrarte con gente joven que son los que improvisan, los que tienen creatividad, una cosa que buscamos casi siempre en la alta competición pero que ya puede detectarse entre los más jóvenes», afirma Argilés.

Y todos los jugadores han esperado con ansia el regreso de Argilés de tal manera que éste no se ha cortado a la hora de afirmar que «los que el año pasado eran unos locos románticos, este año puedo certificar que son paranoicos completos del balonmano y por tanto hay que estar al servicio de ellos y cuidarles mucho porque en el fondo -explica Argilés mirando con sorna al entrenador de los equipos de Formentera, Aleksander Trajkovic y al técnico municipal de deportes, Jordí Marí-, son más peligrosos los entrenadores que no los jugadores ya que éstos aún están en plena fase de formación».

Si bien destaca la creatividad y la improvisación de los jóvenes jugadores, Argilés tiene muy claro que el fútbol está dejando de ser un deporte colectivo mientras que en el balonmano aún es factible encontrar ese espíritu de equipo. «Es cierto, el fútbol está dejando de ser un deporte colectivo porque los padres proyectan una imagen muy individualizada y de triunfo a toda costa sobre su hijo, y muchas veces, no todas, se alejan del espíritu de equipo que debe predominar». Para Argilés eso es un handicap pues los «equipos naturales, los equipos de los colegios, se van rompiendo por afanes de protagonismo erróneamente inculcados».