En estos momentos, y sin que haya un documento cerrado y atado,
sólo habrá transmisiones en las «teles» autonómicas, que aún
mantienen negociaciones abiertas y van a ofrecer partidos gratis.
Mientras tanto, Canal Plus, la casa que ha pagado más de sesenta
millones de euros para televisar la ACB las cuatro últimas
temporadas, no da señales de vida. Televisión Española sólo ha
hecho un gesto, el encuentro de su director general, Juan Menor,
con el presidente, Eduardo Portela, antes de la asamblea donde los
clubes discutían el cierre patronal. La situación, por tanto, sólo
ha cambiado en las formas, pero no en el fondo. Ni hay suspensión,
ni hay contrato. Sólo buenas palabras para cerrar un caso que ha
dejado una fea huella en la administración, en los canales y, desde
luego, en el baloncesto.
De nada han servido las millonarias audiencias que la selección
española ha logrado con su brillante actuación en el Europeo de
Suecia; el empujón del equipo femenino con su bronce continental;
la clasificación de ambas para los Juegos de Atenas 2004 -España es
el único país representado en chicos y chicas-; la popularidad de
Pau Gasol, Juan Carlos Navarro o Dejan Bodiroga; la llegada de
savia fresca a las plantillas o la intervención del Consejo
Superior de Deportes ante las cadenas televisivas. El baloncesto
abre la temporada sin cámaras en las pistas. Aún peor. La campaña
despega, una vez más, y no es la primera, rodeada por el conflicto,
devaluada ante el gran público -justo cuando más razones existen
para atraer la atención de la calle- y envuelta por la sospecha
frente a los observadores menos entregados por culpa, otra vez, de
un enfrentamiento de despachos. En solo unas horas, las
transcurridas entre el acto de presentación orquestado el pasado
martes a mediodía y el anuncio de suspensión hasta encontrar un
contrato televisivo que la ACB efectuó sobre las diez de la noche
ese mismo día, han impedido que se hable de la competición en
términos deportivos.
El mensaje percibido por el ciudadano menos familiarizado en las
horas previas al inicio de una Liga que cuenta con todos los
ingredientes para calar con fuerza entre el público desvirtúa la
realidad. La sensación de deporte deprimido y problemático que ha
quedado después del frustrado órdago televisivo de la patronal, ya
que sigue sin haber acuerdo con los operadores, ha echado tierra
sobre un deporte que enamora en las canchas y chirría en los
despachos.
Los amplios espacios que periódicos, radios y televisiones han
dedicado en los últimos días al baloncesto han transmitido los
pormenores de un nuevo conflicto entre canastas, el enésimo, y han
impedido que lectores, oyentes y espectadores alimenten su interés
por el regreso de Aíto García Reneses al ruedo desde el banquillo
del Joventut, por el reto que el Barcelona afronta después del
histórico triplete de la pasada temporada, por la reconstrucción
del Real Madrid o por la decidida apuesta que el Pamesa repite una
temporada más en la ACB y, por primera vez, en la Euroliga.
Tampoco ha tenido eco la treintena (31) de jugadores con pedigrí
NBA enrolados en las plantillas del campeonato español, ni la
modificación de la regla de los veinticuatro segundos, ni la
implantación de un nuevo sistema de numeración al estilo de la
competición estadounidense, ni la ambición ganadora demostrada por
el Unicaja con el fichaje de Hermann, ni...tantas cosas.
Nadie, o muy pocos, habrán oído hablar de alguno de los 32
jugadores debutantes que toman la alternativa esta temporada, de
los mil partidos oficiales que el Manresa alcanzará en la jornada
24 o los 500 del Gran Canaria cuatro antes. La posibilidad de que
Andre Turner (Fórum) rebase las marcas históricas de 6.000 puntos y
750 triples también parece secreto de Estado; como la opción que su
compatriota Elmer Bennett (Madrid) tiene de convertirse en el
jugador con más títulos de mejor pasador en 21 años de ACB.
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