Uno debe negar siempre la evidencia. Ésta es la máxima de cualquier delincuente que se precie. La regla, sin embargo, también tiene su excepción: los juramentos sagrados que siguen a cualquier inculpación en la que el acusado intenta probar la veracidad de sus palabras.
Madre, hermana, novia.
El estratega que utilizó esta técnica es de Sevilla y fue juzgado la semana pasada por la Audiencia Provincial. Dijo dedicarse en Eivissa al realquiler de viviendas y ganar mucho dinero con ello, abusivamente, según sus palabras. Su problema es que, según él, se lo fundía todo en cocaína. «He venido a decir la verdad, a hablar con el corazón. Lo que digo lo juro por lo que más quiero, por la vida de mi madre, de mi hermana y de mi novia». Las mismas palabras las repitió varias veces colocando en distinto orden a las mentadas. Será para que ninguna de ellas se sintiera menos preciada en la clasificación.
Ocupado.
El acusado se sentó en el banquillo enfrentándose a nueve años de prisión. Defendió haber recompuesto su vida en tres años, época de su detención. Dijo haber acabado sus estudios de maestro, dar clases en una guardería de Andalucía por las mañanas, tener alumnos de inglés por la tarde y repartir patatas fritas del negocio familiar al llegar al ocaso. Volver a prisión, según su tesis, sería destrozarle la vida. «Sólo aspiro a seguir trabajando y a formar un familia», dijo en el juicio.
Gracias.
Pero nuestro hombre, en otra pirueta en su estrategia, dio dos veces las gracias al tribunal. Uno por haberlo metido en prisión. «Hubiera muerto de una sobredosis». Y el segundo rizo: «Gracias por dejarme salir con fianza, he podido rehacer mi vida y desintoxicarme. Sólo vivía para la droga».
Palabras.
Junto a él se sentaron en el banquillo otros dos hombres. A uno lo exculpó y al otro, un «yonkie de aguja,» como lo definió, dijo haberlo metido en el negocio de traer cocaína a la Isla por no tener él mismo «el suficiente valor». Difícil es anticipar cuál será el veredicto del tribunal pero, si se escapa, lo mismo tiene futuro como político, por su gran arte en utilizar las palabras. No seamos malpensados.
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