Una mujer hilando la lana en el patio cubierto del Puig de Missa. | Daniel Espinosa

Subir al Puig de Missa de Santa Eulària un domingo soleado de febrero merece la pena. Solo las vistas de los campos verdes, el mar y la tierra labrada ya valen el esfuerzo. Pero si además tenemos otra excusa, tanto mejor. Un reguero de gente subía ayer sus laderas para curiosear y hacer alguna compra en la Fería Artesanal que se puso con motivo de las fiestas del municipio que contó con 60 expositores entre artesanos, productores locales y entidades.


Antes de alcanzar las primeras paradas de artesanos, si se subía hacia la izquierda, la gente no podía evitar parar en la exhibición de coches clásicos. Desde un Corvette deportivo a un Fiat Bertone descapotable, pasando por un Seat 1.500 de los años 60 o 70 con los colores rojo y negro de los taxis madrileños y su taxímetro en perfecto estado.

Cati Mora, Bel Rosselló y Miquela Crespí, atendían su puesto de artesanía de tela y cerámica. Sobre la mesa tenían una oferta variada de ciurells mallorquines con sus tradicionales colores blanco, rojo y verde. «El ambiente es bueno, las ventas flojitas», decía Miquela a mediodía. Pero quedaba toda una jornada por delante con un clima espléndido y tenía esperanza de que mejorase.

La colla de es Broll recorrió el puig con su música de tambor, flaüta y castañuelas ibicencas. Por otro lado los Mals Esperits, tras máscaras de demonios y con sus túnicas moradas y rojas paseaban al ritmo de los tambores del grupo Esperitrons.

Tras hacer cumbre en el ‘puig' uno no podía evitar acercarse a alguno de los puestos de companatge que había junto a las escaleras de la iglesia de Santa Eulària. Ante el cartel que decía ‘l'Aire d'Eivissa i Mallorca', servía vermut pagès Llucia, medio mallorquina y medio de Sant Jordi, con gran éxito según comentaba. También se iban agotando sus empanadas caseras.

Los jovenes de confirmación de la parroquia también vendían pasteles para irse de viaje a Roma. Gran trabajo también el de las madres y padres, que se encargaron de cocinar todos los bizcochos y pasteles. Pilar era una de esas madres, que se mostraba orgullosa de que todo fuera casero y del esmero que habían puesto. Solo faltaba que se vendiera todo.
Durante la jornada también se llevó a cabo el concurso de pintura al aire libre. Había aficionados como Piedad, ama de casa, que no estaba muy contenta con como iba encaminado su cuadro al óleo aunque espera que hasta las siete le diera tiempo a mejorarlo; o Yoran, pintor francés afincado en Santa Eulària, que ya quedó tercero en la edición del año pasado y este año estaba pintando una curiosa composición de escenas de la Feria, integradas como en un collage, que había dibujado con rotulador y coloreaba con acuarelas.

Yolanda traía sus mantones de payesa, iba acompañada de su madre, Antonia. Cada pieza tiene entre tres y cuatro semanas de trabajo. «Considero que ni unas espardenyes ni un rifajo son caros, nunca llegarás a cobrar todo el trabajo que le dedicas». Ténganlo en cuenta cuando los compren.