El mercadillo de Sant Jordi continúa siendo un punto de encuentro en el que conseguir todo, o casi todo, es posible entre los más de 150 puestos que cada sábado por la mañana animan esta verdadera feria de las oportunidades.
La jornada comienza a las 8,00 de la mañana cuando por la puerta del hipódromo comienzan a llegar los vehículos cargados de material de venta y de exposición; y tomando posiciones, moldean lo que termina siendo el paseo de las mil y un curiosidades para ver, comprar y, cómo no, regatear. La actividad de compra-venta no es sólo entre cliente y vendedor sino que también se hace entre puestos, y bien temprano, por si hace falta mostrar más material en el tenderete antes de que llegue el gran público.
Allí se escuchan todos los idiomas y se pueden conseguir artículos de casi todo el mundo: desde libros de segunda mano, discos impensables, lámparas maravillosas, ropa por demás y millones de cosas que se muestran y otras tantas que aparecen al rebuscar.
Quizás la vendedora más mayor de este mercadillo sea Ana Sánchez Millán, de 89 años, que, junto a su hijo Francisco, ofrece artículos de decoración que alguna vez fueron de su casa. Esta señora, criada en Marruecos, dice que el euro no sirve para nada y que, últimamente, en el mercadillo le va regular, «porque con lo que se vende sólo alcanza para comer». Otros, como Kailás, que llega del norte de la isla, aprovechan para mostrar sus pinturas que se ofrecen junto a artesanías y cachivaches: «Éstos, en realidad, son lo único que se vende». Sant Jordi funciona hace seis años y hay vendedores que continúan asistiendo desde sus comienzos, aunque también están los ocasionales y los eventuales. Este último es el caso de la italiana Daniela, que hace cinco años acude con más de 40 artículos que se reparten entre cosas que trajo de la india, ropa de segunda mano, discos viejos y electrodomésticos.

No más alimentos
Si algo se puede hechar de menos en el mercadillo son las castañas calentitas, las almendras, las frutas y verduras ibicencas, principal reclamo de los turistas y una oportunidad para la gente del campo ibicenco. Así lo piensa y lo dice la vecina de esta localidad, Josefina Ribas, que solía montar un puesto cada sábado, desde que se inauguró el mercadillo, con las frutas y verduras frescas traídas de su huerto: «Un cliente y amigo alemán dejó de venir a Eivissa porque dice que las playas son malas y que como aquí ya no puede comprar comida, que es de la isla, no viene más», comenta Josefina, quien extraña las épocas en las solía despachar las almendras e higos secos durante todo el año.