Además de la de la capital, existe la Casa Balear de la Plata, en la provincia de Buenos Aires, en dirección sur. Cuenta con un histórico club de fútbol, el Estudiantes de la Plata, con universidad y con numerosas dependencias municipales y gubernamentales. A principios del siglo estaban censados más de 2.000 baleares. Hoy son bastantes menos pero siguen acogidos en este agrupación presidida por Melchor Rabasa Salom.
A poco de atravesar el umbral del inmueble que les acoge nos pudimos percatar de que allí es necesario que se les eche una mano. A Maria Marí, hija de padre ibicenco, no le ruedan muy bien las cosas. Cuenta que tiene una hija ciega a causa de la diabetes y «como carece de Mutua porque está cerrada, tenemos que abonar todos los medicamentos de la pensión que me queda. Pedí una asistenta social para que le ayudara a inyectarse tres veces al día y, de vez en cuando a hacerse análisis de sangre pero la han denegado, por lo que tengo que hacerlo yo. Veremos qué pasa cuando falte, veremos cómo se arreglará ella».
La Casa Balear de la Plata tiene a un grupo de personas por cuyas venas corre sangre insular que se hallan al borde del precipicio, a punto de caer en la más cruel indignidad. La nota curiosa la aporta un hombre procedente de Alcùdia que emigró a Argentina a principios de los 30 a bordo de un barco de la compañía Ibarra «en el que viajaba Federico García Lorca, con quien hablé varias veces y en una me explicó la importancia de la lengua española en todo el mundo, cada vez más extendida». Anécdotas que llenan de vida las paredes de una Casa Balear que vive en silencio las desgracias de los baleares residentes en Argentina que están enfermos.
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