El hospital Can Misses cuenta desde hace poco de un mes de una
unidad de cuidados paliativos auspiciada por la Asociación Española
contra el Cáncer, una experiencia en la que la médico Pilar Rapun y
la enfermera Patricia Cruz trabajan ayudando a los enfermos
afectados por un cáncer terminal. Después de un rodaje de un mes en
la unidad de cuidados de Palma, el equipo empezó a recibir los
primeros pacientes el 20 de noviembre. Sus enfermos son remitidos
por la oncóloga, Belén González, que les plantea la posibilidad de
disponer del apoyo de la unidad. Es de carácter voluntario, pero
hasta ahora todos han dicho que sí. Cuentan con 32 pacientes,
muchos si se tiene en cuenta la corta andadura de este equipo desde
esa fecha. A lo largo de este tiempo han realizado 85 visitas a
domicilio y atendido 151 llamadas telefónicas.
Los enfermos que entran en la unidad de paliativos no tienen una
merma del resto de atenciones que les corresponden. «Su médico de
cabecera no va a dejar de ir a su casa y si necesitan ingresar
tampoco van a dejar de hacerlo porque vayamos nosotros. Es un apoyo
más que se le da al paciente», puntualiza Rapun. El servicio de la
unidad se adapta al estado en el que se encuentra cada enfermo. «No
hay unas fechas fijas para visitarlo. En función de como están
vamos a llamándolos por teléfono. Hay pacientes que tenemos que
verlos cada día y otros cada diez días».
La viabilidad de este servicio tiene una razón fundamental:
mantener la calidad de vida hasta el último momento. Estos enfermos
tienen una media diaria de diez síntomas: tienen dolor, vomitan, se
marean, crisis de ansiedad y, además, tosen, «por mucho que estén
en una fase terminal necesitan un tratamiento médico». De hecho,
toman una media de 10 fármacos al día que hay que controlar.
Además, los síntomas cambian. «De un día para otro, pasan de pasear
a tener que quedarse en la cama por el dolor. Eso hay que
controlarlo muy de cerca. No se les puede decir que no tenemos nada
para aliviarles», comenta.
Los pacientes terminales necesitan una asistencia muy
continuada. Además de los problemas físicos esta situación produce
mucha angustia. «Muchos saben lo que tienen y van apareciendo
síntomas nuevos. Eso es sinónimo de que la enfermedad va
progresando», comenta la doctora. Pero esa angustia no solo la
tiene el enfermo, sino también la familia. «Necesitan mucho apoyo,
tanto por los problemas físicos como los emocionales que conlleva
tener a un familiar con cáncer». La familia constituye un pilar del
trabajo de la unidad. «Es básica porque, además de ayudarles, son
parte de nuestro equipo porque cuidan al enfermo en su casa. Hay
que enseñarles todo. Nadie nace aprendiendo a poner pañales»,
añade.
Pilar Rapun, Patricia Cruz y la psicóloga Teresa Fluxà se reúnen
cada día a las ocho de la mañana en Can Misses para planificar la
jornada de trabajo en función de las visitas programadas y urgentes
procedentes de las llamadas telefónicas. Una vez que han hecho las
visitas vuelven a su consulta al hospital. Disponen de un coche,
cedido por la Asociación de Automoción, con el que recorren la isla
para visitar a los pacientes. Desde el jueves, han ampliado su
cobertura a Formentera. Por cálculo estadístico, el número de
muertes a consecuencia del cáncer al año es de 148 en las Pitiüses.
Si un 90 por ciento de los pacientes pasan por una fase terminal,
se calcula que la unidad puede llegar a atender a unos 133
pacientes. El cáncer de pulmón en los hombres y el de mama en las
mujeres son los dos tipos más frecuentes que se ven en la
unidad.
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