Ahora que, por razón de las decisiones caprichosas y arbitrarias del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, se critica a la ligera el sistema democrático de aquel país, como si alguien estuviese en condiciones de dar lecciones de democracia a Norteamérica, viene al caso que caigamos en la cuenta de algo que allí sucede con normalidad, pero que aquí es impensable.
Si el gobierno federal lleva a la Cámara de Representantes o al Senado una iniciativa legislativa que pueda ser considerada lesiva para la ciudadanía de un determinado estado, fácilmente se encontraría con la oposición de los congresistas y senadores de aquel estado, independientemente del partido al que pertenezca.
Así, si la Administración Trump actúa contra los intereses de un estado concreto, pongamos por ejemplo Illinois, o les coloca en una situación de desventaja frente a otros estados de la Unión, o si no atiende a sus reivindicaciones, sin dudarlo se encontraría con el voto en contra de los congresistas y senadores del Partido Demócrata, pero también con la oposición de los representantes del Partido Republicano, con quienes tendría que negociar para lograr su apoyo.
Tal proceder se deriva de que en EE.UU. los representantes electos son conscientes de que su cargo depende de los ciudadanos que les votan y no de los líderes de los dos partidos hegemónicos, ni mucho menos del inquilino de la Casa Blanca. En España, lamentablemente, es al contrario. Los diputados y senadores deben su puesto a quien les colocó en las listas electorales como candidatos y no a los ciudadanos que les eligieron con su voto. Por tanto, la prioridad es alinearse con la cúpula de su partido y no con los intereses y necesidades de la ciudadanía a la que representan.
El fracaso del frente común de partidos e instituciones insulares para ir unidos y con una misma posición política a Madrid, demuestra que la desunión, alimentada por el egoísmo partidista y el cálculo electoral, pesa más que las necesidades reales de la ciudadanía de Ibiza. Es una pena y una irresponsabilidad.
Durante años se ha repetido como un mantra la necesidad de dejar a un lado las siglas para defender juntos los intereses de Ibiza ante Madrid: infraestructuras, financiación, sanidad, vivienda, sostenibilidad… Los problemas que debe afrontar la sociedad ibicenca son muchos y urgentes. Y aunque en teoría todos los partidos parecen estar de acuerdo en su diagnóstico, en la práctica, cuando llega el momento de actuar con firmeza y unidad, cada uno se retira a su trinchera ideológica. Lo que debería ser un frente común sólido y eficaz, termina por diluirse en reproches cruzados, cálculos de oportunidad y discursos vacíos.
La diputada Milena Herrera (PSOE) y el senador Juanjo Ferrer (de la coalición integrada por PSOE, Sumar, Unidas Podemos, Esquerra Unida y Ara Eivissa) no quieren incomodar a sus superiores jerárquicos en Palma o en Madrid. Así, las oportunidades se pierden, los proyectos se retrasan y la isla queda rezagada
¿A quién se debe esta falta de unidad? En gran parte, a unos partidos que anteponen sus intereses a corto plazo, sus lealtades a la cúpula y su ambición personal a las necesidades de los ciudadanos que les votaron. Cada formación parece más preocupada por marcar perfil propio, criticar al adversario y sacar rédito político que por sentarse a construir consensos duraderos.
Los ciudadanos de Ibiza ven con frustración e impotencia, cómo se repiten las promesas sin que lleguen las soluciones. Se sienten olvidados por un Gobierno central que no comprende sus particularidades; y lo que es mucho peor, traicionados por una clase política incapaz de alzar la voz y de poner por delante a la ciudadanía, antes que a sus propios partidos. No es de extrañar que el descontento y el desencanto vayan en aumento, alimentando la abstención o la simpatía por opciones populistas o antisistema. Luego se quejan del auge de la ultraderecha.
Se requiere altura de miras, madurez política y, sobre todo, un compromiso real con la ciudadanía. Los partidos de Ibiza deben entender que su principal obligación no es con sus líderes en Madrid, sino con los hombres y mujeres que viven y trabajan cada día en esta tierra. Si de verdad quieren avanzar, deben sentarse, acordar una hoja de ruta compartida y comprometerse públicamente a defenderla juntos. Sin excusas. Sin trampas. Y con la firmeza que merece Ibiza.
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