Julio está al caer… ¡y lo sabes! Como un mantra que se repite cada año por estas fechas, empezamos a recibir en nuestros móviles memes que hacen referencia a Julio, al mes, a través de un tan reconocido icono musical patrio como Julio Iglesias. La imaginación de los creadores de tontadas no da abasto cuando se inicia el verano y comienzan a viralizarse estos mensajes de chat en chat. En la mayoría de ocasiones hacen referencia a su consabida faceta mujeriega. Otras, a su afición por la paternidad, reconocida o no, que ese es otro cantar. Y casi siempre terminan con el ya famoso «y lo sabes» que vale para todo. Sorprendentemente, su legado continúa vivo entre las nuevas generaciones, no solo a través de sus canciones, melodías eternas que alguna vez hemos intentado entonar en un karaoke con mejor o peor fortuna, sino también de sus inconfundibles imitaciones mano en pecho al grito de ¡Hey! Destacar alguno de sus temas más populares resulta complicado, como el parodiado por Tricicle «soy un truhan, soy un señor». Pero el de la «la vida sigue igual», que sirvió de título a una película inspirada en hechos reales de su bibliografía, desde su frustrado inicio como portero de fútbol, hasta su éxito como cantante, viene que ni al pelo ante el reciente anuncio de renovación del más que caduco mandato de los vocales que integran el Consejo General del Poder Judicial, órgano que gobierna los designios del tan codiciado tercer poder del Estado.

Esta semana, poniendo fin a uno de los culebrones más longevos que se recuerdan junto al del eternamente pretendido fichaje de Mbappé por el Real Madrid, se anunció a bombo y platillo el acuerdo alcanzado por los dos grandes partidos políticos nacionales para la renovación del órgano de gobierno de los jueces. ¡Aleluya! Sus vocales, nombrados en diciembre de 2013, llevaban en su puesto más tiempo que la grúa de las obras del Parador afeando el paisaje de Dalt Vila. Su mandato expiró el 4 de diciembre de 2018 y, desde entonces, se encontraban en una especie de situación de inquiokupas que no ha habido forma humana de atajar, por unos motivos u otros, de los que son responsables todos. Ha sido necesaria una seria amenaza desde la Unión Europea y un proceso de mediación a través de su Comisión para resolver, cinco años y medios después, tremendo embrollo sin precedentes en democracia. Ya ven que, como en el programa de Telecinco de José Luis Coll, «hablando se entiende la gente». La mediación está de moda. Ahora bien, se ha liado todo este paripé, a la postre, para llegar prácticamente al mismo acuerdo que ya existía en noviembre de 2.018, eso sí, con un coste anual derivado del retraso de doce millones de euros para las arcas públicas, según indicó el propio Ministro Bolaños en su comparecencia posterior al anuncio. Con estos dispendios normal que me salga la declaración de la renta a pagar. Así nos va.

No les voy a engañar. La noticia y todos sus rescoldos me dejan una sensación tirando a agridulce. Algo así como cuando pides una Coca-Cola y una voz, entrecortada y temerosa, te contesta que solo hay Pepsi. Como cuando eres de tortilla de patatas sin cebolla, pero resulta que solo queda la que lleva. O como cuando el Valencia fue campeón de Copa en 2008 contra el Getafe en el Vicente Calderón, pero no se celebró por su peligrosa situación en la tabla clasificatoria. Pues eso, que no sé muy bien si alegrarme o resignarme. Que para mí es un sí, como en el programa La Voz, pero también un no y, a la vez, todo lo contrario. Vale, que está bien que se haya producido la tan demandada renovación, mucho más con lo que ha llovido entre tanto y dadas las numerosas vacantes existentes en órganos judiciales pendientes de cubrir. Incluso es loable que los dos partidos políticos mayoritarios, por una vez y con miras de Estado, hayan alcanzado semejante pacto, aun a regañadientes y bajo la atenta mirada de mamá Europa. De hecho, mejor nos iría si cosas así pasaran más a menudo. Se habrían evitado repeticiones electorales y concesiones a quienes, desde todos los extremos del arco político, se empeñan en torpedear el Estado de Derecho tal y como lo conocemos. Pero el reparto de cromos, producido una vez más desde un prisma exclusivamente político, no deja de ser una constatación de que seguimos instalados, al menos por ahora, en el día de la marmota.

Resulta absolutamente imprescindible garantizar la independencia del Poder Judicial, lo que no pasaba, ni por casualidad, por modificar las mayorías necesarias para la elección de estos vocales como se pretendía. Pero tampoco porque los partidos políticos que integran las cámaras parlamentarias se distribuyan los vocales tomando en consideración, exclusivamente, y una vez más, motivaciones políticas. De nuevo, y ya van muchas, la designación ha sido completamente ajena a la voluntad exclusiva de los Jueces y Magistrados, que digo yo que algo tendrán que opinar sobre quien les va a gobernar. Todo lo que no pase por la despolitización de la elección de los vocales judiciales será más de lo mismo. Y si pudiera pensarse que el acuerdo abre un pequeño resquicio a un inminente cambio de modelo, ante la remisión a una futura e indeterminada propuesta sobre la reforma del sistema de elección de los vocales de procedencia judicial, todo volverá a quedar en agua de borrajas si una propuesta procedente de un grupo de vocales designados por unos es bloqueada por el designado por los otros, teniendo en cuenta que después aún tendrá que ser aprobada, una vez más, por los representantes de los distintos partidos políticos en las Cortes Generales. Veremos cómo se desarrollan los acontecimientos. Estaremos expectantes. Pero, visto lo visto, como para fiarse. Al menos parece, ¡oh, sorpresa!, que por una vez la elección de su presidente tendrá lugar por los propios vocales y no por una mera imposición suprema. Vaya, ni más ni menos lo que prevé el artículo 123 de nuestra carta magna. Pero eso, como la pretendida reforma del sistema, todavía está por ver que ocurra, porque tan solo dos días después del anuncio ya está cada parte tomando de nuevo posiciones en la batalla. Ya ven que dura poco la alegría en la casa del pobre. Y es que, después de todo este largo tiempo de espera, tengo la sensación de que, como cantaba el gran Julio, «las obras quedan, las gentes se van, otros que vienen las continuaran, la vida sigue igual», … ¡y lo sabes!