En San Antonio hay un debate entre los que quieren que siga la llegada de ferris y los que preferimos que se enfoque a puerto deportivo y lúdico para resurgir de sus cenizas como la mejor zona geográfica de las Pitiusas.
Las incomodidades que provocan los gigantescos ferris en Portus Magnus son evidentes. Cada día de verano, a su paso, en la plácida bahía se origina un tsunami que revuelve los fondos y arrasa a bañistas contra las rocas. Asustan a los chavales de la náutica recreativa e incluso, durante el pasado verano, un ferri encalló grotescamente en la bocana del puerto. El tráfico de sus vehículos y camiones de mercancía colapsa el centro a horas punta. Contaminan y molestan en un puerto coqueto que vive en simbiosis con el resto del pueblo, lo cual le hace muy diferente al puerto de Ibiza.
Sin duda la localización de Portmany es atractiva para las conexiones con la Península, pero el precio a pagar por sus residentes es demasiado elevado. ¡Ya basta de querer condenar a San Antonio a ser un estercolero ibicenco! Antes era lo mejor de la isla para nativos y viajeros. Podría volver a serlo con imaginación y buen gusto en la voluble política, que debería mimar mejor a los comercios (lo de Casa Alfonso es una tragedia). Que no sigan la línea mastodóntica de los que anhelan ser Benidorm. Hay que seguir una armonía, mejorar limpieza, seguridad y no tirarse en brazos del cemento. Ya hay un paseo marítimo kilométrico, no es necesario continuarlo hasta cala Gració para disfrute de ciclistas.
Actualmente es rústico y la gente lo prefiere porque puede pasear por la tierra, tomar el sol en las rocas y bañarse en aguas claras.
A menudo menos es más.
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