El mundillo de la Justicia anda revuelto. Los jueces de Palma
han celebrado una «cumbre» para analizar la situación de colapso
que viven los juzgados "con un déficit de veinte mil asuntos por
estudiar" y, lo más importante, cómo solucionarla. Queda bastante
claro que la respuesta pasa por la realización de juicios rápidos
para asuntos menores, la apertura de nuevos juzgados y la
contratación de más personal. Aunque tampoco estaría de más cierta
disciplina interna, pues ya se sabe que en el entramado
funcionarial siempre se tiende a seguir un ritmo cadencioso de
trabajo. En otras palabras, que para solucionar el colapso también
hace falta que se trabaje más.
Pero no sólo nos llegan noticias de Palma, sino que en Madrid se
acaba de proceder a nombrar las cuatro vacantes que quedaban en el
Tribunal Supremo y, precisamente, una de ellas será ocupada por una
mujer. La noticia, que no debería serlo, llama todavía más la
atención porque la elección ha provocado una notoria polémica,
poniéndose en entredicho la capacidad y los méritos de esta señora,
Milagros Calvo, a la que incluso han tildado de «florero».
Una situación inadmisible en un país democrático y moderno que
debería rasgarse las vestiduras al saber que nunca una mujer había
llegado tan alto en la carrera judicial. Desde sectores
progresistas de la judicatura se han discutido los méritos de la
señora Calvo, contestándoles desde sectores conservadores que tras
esta crítica se esconde la pretensión de aupar a este cargo a la ex
secretaria de Interior Margarita Robles. Y ésta es realmente una
cuestión importante: ¿es un ex alto cargo del Gobierno la persona
más adecuada para juzgar a otros políticos? Parece que no.
En todo este asunto, tan lamentable es que los méritos de una
magistrada se midan con una vara distinta a la de sus compañeros
varones, como la politización de la judicatura en función de los
apoyos que reciben los distintos componentes del Tribunal
Supremo.
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