Una tranquila jornada de rebajas, como la vivía ayer el país entero "al ser fin de semana" pudo convertirse en una sangrienta tragedia de no haber sido por la rápida y eficaz actuación de la policía bilbaína. Un comunicante anónimo advertía a mediodía de la colocación de un coche bomba en plena Gran Vía de la capital vizcaína que debía estallar a la una y media. La profesionalidad de los agentes, que desalojaron todos los comercios, establecimientos de restauración, quioscos y hasta las siete plantas de El Corte Inglés logró evitar una matanza. La explosión causó enormes daños materiales en comercios y edificios y sólo resultaron heridas dos personas, una por la rotura de cristales y la otra con una crisis de ansiedad.

Las reacciones de asco y rechazo no se han hecho esperar y no es extraño. Llevábamos una breve temporada de cierta tranquilidad cuando se produce este atentado dirigido no se sabe a quién. Los bilbaínos "todos, pues cualquiera podría haber resultado herido" se sienten hoy víctimas de la sinrazón etarra y sin duda este penoso acontecimiento contribuirá poco o nada a mejorar las perspectivas económicas de una ciudad ya bastante dañada por los hechos del 11-S.

El mundo del terrorismo continúa ciego y sin querer abrir los ojos a una realidad que le arrincona y le desprecia dede todos los puntos de vista. Si el 13 de mayo pasado las urnas hablaron con claridad, ahora está más que diáfana la postura de los vascos, que no logran entender por qué esta tortura brutal prosigue contra las gentes a las que la banda terrorista asegura defender. Si hasta hoy los grandes grupos políticos vascos no han conseguido "o no han querido" ponerse de acuerdo contra ETA va siendo hora de que lo hagan. Si no, todos, en cualquier momento, pueden ser víctimas de la barbarie.