La querella presentada ante el Tribunal Supremo por la Fiscalía
General del Estado por un presunto delito de prevaricación contra
los tres jueces de la Audiencia Nacional que pusieron en libertad
bajo fianza a un narcotraficante que se dio a la fuga ha dado una
nueva vuelta de tuerca a la confusa situación del sistema judicial
español. Algo chirría en ese ámbito que muchos consideran
intocable, como es la Justicia. Si bien ha quedado más que claro, y
con el consiguiente escándalo, que hubo una gravísima negligencia
en la actuación de estos tres magistrados, parece difícil que se
les pueda condenar por un delito de prevaricación, salvo que se
aporten pruebas contundentes.
Por otra parte, habría que preguntarse si no hay en todo este
asunto un trasfondo de revancha por parte de los fiscales contra
unos jueces que, en demasiadas ocasiones, actúan de forma
prepotente, despreciando las recomendaciones de la Fiscalía.
Se trata de la primera ocasión en que la Fiscalía se querella
contra un tribunal y no se trata de una medida poco importante,
pues el delito de prevaricación "dictar una resolución injusta a
sabiendas" podría ser sancionado con la inhabilitación especial
para empleo o cargo público por tiempo de diez a veinte años.
Quizá la decisión que adoptaron en su día de dejar libres a
destacados dirigentes abertzales detenidos por el juez Garzón
también tenga algo que ver ahora. No cabe duda de que ha sido una
sala polémica que ha tenido actuaciones que no han sido
comprendidas por la opinión pública. Al dictar determinadas
sentencias o autos, que han echado abajo, con razonamientos
jurídicos, las tesis de Garzón o de los fiscales, se han granjeado
no pocas antipatías.
También para ellos ha llegado la hora de comparecer ante la
Justicia y responder por sus acciones, pero salvando siempre el
principio de ls presunción de inocencia y sin ajustes de cuentas
por rivalidades profesionales o diferencias políticas.
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