El avasallador «éxito» alcanzado por el euro en sus primeros días de circulación determina que sus defensores e impulsores se feliciten por lo acertado de su proyecto. En efecto, la mayor parte de Europa se ve recorrida por una euforia que corre paralela a la extraordinaria aceptación lograda por la nueva moneda. Tal vez a la flamante divisa sólo le quede una prueba definitiva por superar: la de ver si es capaz de imponerse a la libra esterlina. El Reino Unido puede ser, en este sentido, la piedra de toque del triunfo final del euro. Y aunque pocos dudan que a la larga el euro acabará por ganar la batalla en tierras británicas, resultarán allí de capital importancia las condiciones sociales y políticas en que ello ocurra. Es muy probable que los ingleses estén ahora viviendo los primeros compases de lo que se adivina como un fenomenal debate sobre el euro. Ni en el seno de la sociedad misma "casi tres de cada cuatro británicos opta por el mantenimiento de la libra, aunque sólo uno de cada tres hace de ello una cuestión de principios", ni en el marco de los principales partidos políticos, ni tan siquiera entre los miembros del propio Gobierno, existe unanimidad. Entre los que reclaman la convocatoria de un referéndum al respecto, y aquellos que como Blair temen su celebración "queda demasiado próximo el ejemplo del jefe de Gobierno danés que perdió el referéndum sobre el euro y, por añadidura, las elecciones", se mueve un conjunto de ciudadanos por un lado deseosos de conservar su moneda y temerosos por otro de que la consolidación del euro acabe por perjudicar los intereses británicos. Quizás nadie se atrevería hoy a decir como Disraeli que Inglaterra es una nación de tenderos. Pero tampoco nadie puede dudar que el pragmatismo de la clase media británica pesa mucho en el país. El tiempo dirá.