Tras residir 15 años seguidos en la isla, en 1986 el arquitecto
Félix Julbe decidió que había llegado el momento de la separación,
que no consideró tampoco como definitiva, ya que por razones
familiares y de amistad no perdió nunca del todo el contacto con
Eivissa. Sin embargo, aquella fascinación que sintió al desembarcar
en ella en 1971 se había esfumado; la isla había perdido bastante
de la fascinación que deslumbró a tantos viajeros ilustrados; el
modelo de desarrollo tomaba unos derroteros poco apetecibles para
un arquitecto humanista como él, y cambió el paisaje insular por el
de su Madrid natal.
La semana pasada volvió a Eivissa para presentar la reedición de
«Introducción al análisis histórico de la ciudad de Ibiza», libro
que escribió en colaboración con Rafael Pascuet y que publicó en
1980 el Col·legi d'Arquitectes. 22 años después, Félix Julbe
explicó a Ultima Hora Ibiza y Formentera su punto
de vista sobre la ciudad histórica. «Habría que revitalizar un
espacio urbano que desde los años 60 tiene un serio problema de
despoblación. Esto es gravísimo, porque las ciudades que no se usan
acaban muriéndose». «Hay que favorecer que la gente vuelve a vivir
allí, y para lograrlo habría que aplicar políticas concretas por
parte de las instituciones, que son las que tienen que arrastrar la
iniciativa privada. No creando modelos, pero sí dando ejemplo para
que los particulares tomen nota y los sigan», afirmó.
Julbe considera que «en este sentido, es fundamental el tema del
Castillo, pues clama al cielo que desde 1973, cuando los militares
lo cedieron a la ciudad, no se haya solucionado su futuro». «No
conozco el plan de usos que ha proyectado el Consell, pero confío
en que combine los públicos con los privados; debe primar el uso
colectivo, que es el que tiene que arrastrar a la iniciativa
privada», precisó, añadiendo «que es importante dar calidad a lo
público, algo que en la isla, y de una manera muy llamativa a
veces, se ha quedado siempre en el terreno de lo privado». «Hay que
cualificar y dar calidad al espacio público, que la gente esté
orgullosa de su ciudad», añadió.
Además de la obra referida, Julbe impulsó también otros
volúmenes de la serie que publicó el Col·legi d'Arquitectes hace
dos décadas y que en entregas sucesivas se irán reeditando
próximamente: el dedicado a la vivienda rural de la isla, otro a la
obra del arquitecto Erwin Broner, y un tercer estudio sobre los
trabajos de Juan Gómez Ripoll Campos, Josep Lluís Sert y Raimon
Torres. Desde tal conocimiento solvente del pasado de Eivissa,
deberían ser atendidas sus observaciones sobre cómo ve él el futuro
socioeconómico de la isla.
«Ha crecido bastante la conciencia ecológica de salvar lo que
queda de los espacios naturales, que no se pueda construir de
cualquier manera, sobre todo en los espacios protegidos, donde la
parcela mínima requerida es de 30.000 m2, lo que me parece muy
bien; es una forma de proteger para que no haya una densidad de
construcción exagerada». «Sin embargo, creo que habría que aplicar
esa misma política al espacio urbano, porque es la única forma de
darle un futuro a el pasado magnífico de la ciudad». «Abandonar el
centro histórico es perder la dignidad de un pueblo; ese es el
patrimonio que puede unir a los isleños, el que les puede y les
debe dar conciencia de pueblo con una historia realmente rica»,
explicó.
Rotundo, Julbe afirmó que «la que necesita la ciudad son
ciudadanos usuarios, no propietarios; ese es el único sentido de la
arquitectura». Para lograrlo, cree que es necesario «que se ponga
de nuevo de moda, que sea un tema de debate sobre el que se discuta
y se planteen alternativas que estimulen a todos».
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