«¿Has visto qué día tan hermoso? Es el cielo que se alegra de
recibir a don Joan». Tal comentario, escuchado en el exterior de la
iglesia de Sant Rafel, podría resumir la impresión que sentía la
multitud que se congregó ayer en la localidad natal de Joan Marí
Cardona para despedir al ilustre historiador. Ese contraste entre
el sol radiante de la tarde fría de enero y la tristeza de la
ceremonia del entierro de «un espíritu sencillo y sensible» (como
le calificó el obispo de Eivissa), ponía en el ánimo de los
congregados una expresión de dolor paciente. Acaso porque la
calidad humana del difunto les confortaba en la fe de que en esos
momentos don Joan ya estaría gozando de venturosa compañía
celestial.
Y es que en muy contadas ocasiones se ha visto en Eivissa una
manifestación de duelo tan amplia y sentida como la que se dio ayer
en Sant Rafel. Duelo que tuvo su expresión más intensa en el rostro
de una joven menuda pero de rasgos firmes, que siguió el entierro
entre su padre y su madre con entereza y conmoción interior. «Es su
sobrina y ahijada, Neus; estaba muy unida a su tío, que la
adoraba»; el comentario salió de un testigo próximo en la biografía
de Joan Marí Cardona, el poeta Josep Marí, gran amigo del canonge
arxiver. El gran ramo de rosas blancas depositado sobre el ataúd
durante toda la ceremonia era de ella; y fue ella la que, en el
último momento, cuando los enterradores metían el ataúd en el nicho
del pequeño cementerio de Sant Rafel, les pidió con firmeza que
dejaran sobre él la bandera cuatribarrada que alguien había
colocado allí.
Pero también se podría mencionar el dolor evidentes de las
monjitas de la Residencia Reina Sofía que cuidaron de don Joan
cuando pasaron delante de la fila de duelo; o el de los humildes
vecinos de Sant Rafel, que mezclados con autoridades, artistas,
sacerdotes, políticos de todos los colores y tendencias,
empresarios, residentes extranjeros, deportistas... echaban una
última mirada de despedida al ataúd de su ilustre paisano, rodeado
de coronas de todos los tamaños, formas y colores. Gente anónima y
gente identificable por su cargo o mérito particular fueron
desfilando lenta, emotivamente, por espacio de más de media hora;
una larga e interminable cola en cuyo final destacaba la alta
figura de otro historiador, Antoni Ferrer Abárzuza.
Igual fue casualidad, pero su elevada presencia cerrando la
hilera del duelo tenía cierto simbolismo de relevo de la antorcha
en las labores de investigación histórica que deja huérfanas su
mentor principal. Una despedida íntima, en su pueblo, al margen del
oropel que por sus méritos intelectuales y humanos merecía Joan
Marí Cardona. Así lo indica también el gesto de amable rechazo de
la familia al ofrecimiento que le hizo el Consell para instalar en
el salón de plenos la capilla ardiente. Nada de actos pomposos;
todo sencillo, como había vivido, como le ha reconocido todo el
mundo, del primero al último, presentes y ausentes; tal el caso del
obispo de Mallorca, monseñor Úbeda, que mandó un telegrama que fue
leído por el de Eivissa al final de la ceremonia celebrada en la
iglesia.
Aunque a título personal hubo en el sepelio de Marí Cardona
amigos de Formentera, la coincidencia de un pleno impidió la
presencia de los representantes políticos. No obstante, en el pleno
se guardó un minuto de silencio en su memoria y el alcalde leyó el
texto del comunicado hecho público el pasado sábado y afirmó que en
breve se rendirá un homenaje al historiador, tan ligado siempre a
Formentera. Asimismo, al finalizar el pleno se trató con carácter
de urgencia una doble propuesta que fue aprobada por unanimidad:
bautizar como plaza o jardí Joan Marí Cardona el actual Jardí de
ses Eres, que se está construyendo en la isla según el proyecto del
arquitecto Elías Torres; y que la actual biblioteca de Sant
Francesc, y la que en breve funcionará de puertas afuera en el
Col·legi Públic de Sant Ferran disponga inmediatamente de todas las
obras escritas sobre Formentera y Eivissa por el canonge
arxiver.
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