Donde los periódicos que más se venden, donde entre los programas televisivos y radiofónicos más seguidos están los dedicados al fútbol, y en donde las quinielas futbolísticas prácticamente sustenta y mantiene a todo el panorama deportivo italiano (se estima en unos 9 millones de euros lo perdido por quinielas y apuestas en un fin de semana sin fútbol, siendo 3,1 los millones de euros la parte que el Estado deja de recaudar).
Hasta ahora, el «calcio» se había paralizado el fin de semana en Italia en dos domingos y por circunstancias bien distintas: la muerte de un seguidor (29 de enero de 1995) y el fallecimiento del entonces papa Juan Pablo II (2 abril 2005).
La muerte de Juan Pablo II aconteció en sábado y el mundo del deporte quiso homenajearle y unirse al dolor general con la inmediata suspensión, decidida por el Comité Nacional Olímpico Italiano (CONI), de todas sus competiciones deportivas.
Luego, ha habido, otros domingos sin fútbol; pero estos no fueron bajo la fórmula de suspensión de la competición por hechos luctuosos o motivos violentos y si mediante el aplazamiento del inicio del campeonato al no ponerse de acuerdo en el reparto de los derechos televisivos.
El hasta ahora, pues, único domingo sin «calcio» por hechos violentos fue hace casi justo doce años, el 5 de febrero de 1995. Una semana antes había muerto el aficionado genovés Vincenzo Spagnolo, apuñalado por el hincha milanista Simone Barbaglia, antes del Génova-Milán, el fútbol se paró al domingo siguiente al del triste acontecimientos.
Durante la semana posterior a la muerte de Spagnolo (29 de enero) los deportivos y políticos decretaron una jornada de parón de toda competición futbolística para el siguiente fin de semana.
Se sucedieron reuniones de los distintos organismos deportivos (federación, comité olímpico, liga profesional) y políticos. Todas las fuerzas sociales del país alzaron la voz y mostraron su total repulsa sobre los actos de violencia en el «calcio». Y pidieron reglas y leyes concretas y especialmente punitivas para los culpables de actos de barbarie.
El domingo 5 de febrero de 1995 el parón competitivo fue aprovechado en muchos estadios para celebrar misas en honor del fallecido Spagnolo y actos de unión y solidaridad entre las distintas aficiones. Y los clubes no se entrenaron ese día.
Se entonó un «mea culpa» y todos se juramentaron en acabar con la lacra de la violencia en los estadios, que hasta entonces había traído consigo otras diez muertes y miles de incidentes.
Fue un domingo tristemente «extraño» para un país donde el fútbol es su máxima pasión, donde se vive por y para él, donde existe un odio eterno al rival del color de la camiseta y máxime si se trata de rivalidad local.
Al igual que ha sucedido este domingo, con un minuto de silencio en el resto de deportes, tras la muerte el pasado viernes del inspector de policía en el Catania-Palermo, se han iniciado las múltiples reuniones deportivas y políticas para intentar acabar con el «cáncer» de la violencia en los estadios.
Ayer se reunió la junta dirigente del CONI; hoy lo harán la Federación Italiana de Fútbol (FIGC) con el presidente del gobierno y los ministros del Interior (Giuliano Amato) y de Políticas Juveniles y Actividades Deportivas (Giovanni Melandri), también la Lega; y el martes irá el ministro Amato al Parlamento. Es decir, lo mismo de antaño.
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