Driss Dambar posa con el documento de viaje que le permite acceder a cualquier país del mundo, excepto al de su nacionalidad. | DANIEL ESPINOSA

Cargado con una mochila, tres euros en el bolsillo y, eso sí, con un objetivo claro: «Quiero empezar mi nueva vida en Eivissa». Con este equipaje aterrizó hace una semana en la isla Driss Dambar, el segundo saharaui del territorio ocupado reconocido como refugiado político.

«Eivissa es una tierra de oportunidades. Soy economista, tengo idiomas (Driss habla inglés, francés, español y árabe) y, lo más importante, ganas de aprender y empezar una nueva vida con un trabajo digno», señaló al PERIÓDICO de IBIZA Y FORMENTERA este saharaui de 37 años, un hombre que lucha por la libertad y la justicia para su pueblo y su familia. A la isla llegó después de un periplo que le llevó desde las Canarias a Bélgica, de allí a Madrid y, posteriormente, a Torrelavega, Cantabria. La semana pasada compró un billete de avión, «un tíquet para un sueño. Busco una vida en libertad y progresar por mis méritos. Luchar por mis derechos, unos derechos que las autoridades marroquíes robaron al pueblo saharaui. Me quitaron el derecho al trabajo pero lo peor fue quitarle el derecho más sagrado a mi hermano, el derecho a vivir», apostilla emocionado Driss, quien siempre tiene muy presente la causa de su hermano Said Dambar. Pasado mañana, día 22, se cumplen 67 meses del asesinato de su hermano. «Said tenía 26 años cuando un policía le disparó un tiro en la cabeza». A sus 37 años, Driss quiere empezar una nueva vida pero sin renunciar a la posibilidad de volver algún día a El Aaiún, su tierra, su casa.

Nada más llegar a Vila, Driss se dirigió a Cáritas. Le ofrecieron la posibilidad de comer y aseo pero no quedaba ningún hueco para pasar la noche. Dirigió sus pasos hacia la sede de Cruz Roja y al pasar por delante del Consell observó la pancarta que reza: Welcome Refugees. Presentó sus papeles de refugiado pero «no sabían donde derivarme». De allí marchó al Soib. «Toqué todas las puertas y después de dos noches durmiendo en la calle, llegó la llamada de Víctor, mi ángel de la guarda». Driss se refiere a Víctor Zas, vocal de la Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui de Eivissa y Formentera. Víctor abrió las puertas de su casa a Driss. «La casa donde vivo con mi hijo será su casa hasta que él quiera», apunta Víctor, quien está en contacto con un círculo de amigos para encontrar un trabajo a Dambar, una posibilidad que está en puertas en una empresa de Sant Antoni.

«No me gusta la vía de la ayuda, de la renta básica, creo en el trabajo y en mi valía. Soy de un pueblo luchador y no me rindo», subrayó Driss.

El cruce de caminos de estos dos hombres es un «regalo divino» para Driss, «una casualidad» para Víctor.
«Driss es un personaje que se le ha escapado al mundo», apuntó Víctor, quien vive y disfruta al máximo estos días de convivencia con un hombre salido de Gdeim Izik, el campamento donde surgió la protesta que dio pie a las primaveras árabes. El 8 de noviembre de 2010, el ejército y la policía marroquís desmantelaron violentamente el campamento. Un mes y medio después, un policía asesinaba a su hermano pequeño. «Mi padre falleció sin saber qué había pasado con su hijo ni dónde está enterrado. Queremos libertad y justicia por nuestras familias», subraya este refugiado que ha visto en Eivissa una tierra de oportunidades.