En torno a las 12.00 horas el Cementiri Vell de Ibiza se llenó de personas para rendir homenaje a sus difuntos. | DANIEL ESPINOSA

Como suele ser tradición cientos de personas acudieron ayer al Cementiri Vell de Ibiza a rendir tributo a sus difuntos durante el día de Tots Sants. Cargados de flores de todos los colores y tamaños, pequeñas escobas, estropajos, y hasta alguna que otra espátula con un cubito de cemento para dar algún retoque a la tumba donde descansan para siempre los seres queridos. Todo vale durante un día como el de ayer en el que lo importante es que nadie quede en el olvido.

Sin embargo en el cementerio más antiguo de la ciudad, en la avenida de Sant Jordi, en pleno barrio de Ses Figueretes, en el día de Tots Sants también se viven año tras año fuertes contrastes.

Son muchas las tumbas y nichos que durante el día se van llenando de flores y plantas traídas por sus familiares. En algunos casos se colocan al pie de la lápida o junto a la cruz y en otros en unos recipientes ya especialmente diseñados y puestos en un lateral de la tumba para dejar la decoración. Eso llena al cementerio de colorido y aunque suene a contradicción lo impregna de vida. El ir y venir de grupos es constante y al encontrarse con otros charlan, se cuentan sus novedades vitales, y luego siguen camino hasta la tumba donde dejan el ramo, rezan, tocan la lápida, miran al cielo, murmuran alguna que otra cosa y sueltan alguna lágrima acordándose de los que ya no están físicamente con ellos.

Esa imagen se repite de forma casi constante durante todo el día mientras otros muchos aprovechan el sol y las buenas temperaturas para tomar un café o pasear por la zona. Muy cerca, en la puerta, una señora de unos setenta años, bien parecida, con pelo encardado y cargada con un pequeño cubo azul en el que lleva un estropajo y agua con jabón, mira con gesto enfadado y murmura para sí en un ibicenco muy cerrado, «que a los muertos se les tiene que rendir homenaje todo el año, todos los días, no sólo en Tots Sants».

La legión de olvidados
Pero entre tanta flor también hay muchos enterrados a los que el tiempo no ha tratado tan bien. Nada más entrar en el cementerio, girando a la derecha, hay un trozo de tierra a la que se accede por tres o cuatro escalones. Allí, una pequeña inscripción sobre una piedra, casi borrada por los años y ayer adornada con un ramo de flores, nos indica que el Cementiri Vell fue inaugurado en 1835.

Esta inscripción parece que protege de forma casi poética a los que allí descansan para siempre. Muchos son anónimos y por las condiciones de sus tumbas o lápidas da la sensación que, desgraciadamente, hace muchos años que ya nadie se acuerda de ellos. Llama especialmente la atención una pequeña tumba junto a la pared del lado izquierdo, que parece de un niño o una niña, aunque no hay rastro sobre su identificación. Lo mismo sucede con los que hay bajo las austeras cruces de hierro con sencillas inscripciones JM o bajo otra cruz de madera, tumbada y casi abandonada. Incluso, hay una tumba, de la que sólo resisten cinco o seis tablones de madera sin que ni siquiera ya formen un rectángulo, con flores que no se han renovado desde hace varias generaciones.

Pero también en ese lugar hay una amplia legión extranjera allí enterrada. Gracias a las inscripciones de sus sencillas lápidas sabemos que allí descansan para siempre George Wooldridge, fallecido el 1 de septiembre de 1971 a la edad de 57 años; Charles Tytherleigh, muerto dos meses después, el 8 de noviembre de 1971, o Harold Monks, «son of english soil who loved Ibiza» y muerto el 10 de octubre de 1976. Y junto a ellos, Dennis Alan Zimmer (1942-1982), Lucy Saraha Anstruther Adams, una escocesa de la que apenas se sabe nada porque su lápida se está hundiendo peligrosamente en el terreno, o Jean Claude Herver, cuyo nombre está grabado en una piedra.

Ninguno tiene flores nuevas. Sus tumbas no están limpias, no están cuidadas y da la sensación que, al menos desde hace años, no han recibido visita alguna, ni siquiera durante el día de Tots Sants. Al menos siempre queda la esperanza de que sigan vivos en la memoria de sus seres queridos porque como decía ayer Julia, «nadie muere del todo si sigue vivo y presente cada día en nuestro recuerdo».