El apellido Citterio lleva más de un siglo en el mundo de la orfebrería de Milán y, por ello, está considerado como uno de los más importantes en el mundo de las joyas de esta ciudad transalpina. Uno de sus descendientes, Alberto, regenta desde 2005 una tienda taller en el pequeño pueblo de Sant Miquel, donde exhibe piezas únicas de colecciones en plata, oro y piedras semipreciosas.
Sin embargo, Alberto, nacido en 1964, no siempre se ha dedicado a la orfebrería en Eivissa. «Durante bastante tiempo vendía las joyas que hacíamos en Milán pero un día de 1993, tras venir tres años seguidos de vacaciones, decidí que quería dar un giro a mi vida y me vine a la Isla con lo poco que tenía ahorrado», explica este italiano sentado en su taller.
Sus primeros años no fueron fáciles. Trabajó de ebanista, de mecánico de automóviles, de albañil e, incluso, en una carpintería para ahorrar dinero y montar su taller. «Hice de todo hasta que conseguí reunir el dinero suficiente para traer toda la tecnología desde Milán y conseguir montar mi negocio y seguir con la tradición familiar», asegura Citterio.
Desde entonces no ha parado para de crear todo tipo de productos hechos de forma artesanal en su pequeña tienda, situada en la subida a la iglesia de Sant Miquel, y el lugar se ha convertido en un referente. «Intento que cada anillo, pulsera o collar sea diferente y que mi cliente se pueda llevar un recuerdo único, porque realmente un joyero vive fundamentalmente de los caprichos del amor y de lo que se acaban regalando los enamorados», explica el orfebre con una gran sonrisa.
«Un joyero vive de los caprichos del amor»
Alberto Citterio, descendiente de una familia joyera italiana con más de un siglo de tradición, realiza sus creaciones en Sant Miquel
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