Desamparados en Santa Eulària tras su charla con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

Desamparados Cuenca (Valencia,1966) llegó a Ibiza hace más de dos décadas. Hacer valer sus derechos como trabajadora le costó el trabajo, pero su militancia va más allá de los derechos laborales. Así, Desamparados ha estado implicada en la Plataforma Antideshaucios y también es una mujer muy implicada en la lucha contra la Violencia de Género.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en Valencia. Mis padres eran Alfonso y Josefa y yo era la cuarta de seis hermanos.

—¿Creció en Valencia?
—No. Mi pueblo era Torrente, que es donde crecí con toda mi familia. Aparte de ciertas situaciones familiares un poco complicadas, el pueblo era un lugar bastante tranquilo.

—Imagino que iría al colegio allí mismo.
—Así es, pero solo hasta los 10 años. Mi hermano José Manuel había enfermado de meningitis y estuvo muchos meses ingresado. Como mis hermanas mayores, Josefa, Rosario y Pilar ya trabajaban, mis padres me acabaron sacando del colegio para poder trabajar en casa y cuidar de mi hermano pequeño, Alfonso.

—¿Le hubiera gustado seguir en el colegio?
—Sí, claro. Además, se me daban bien los estudios. Hasta muchos años después no pude sacarme la espinita de los estudios y demostrarme que sí que puedo sacándome mi título de auxiliar de Administración. Pero eso fue después de mi divorcio.

—¿Empezó a trabajar desde muy joven?
—Así es. Con 11 o 12 años ya me pusieron a coser en un taller de costura. Estuve cosiendo prácticamente toda mi vida en distintos talleres. He cosido hasta trajes de fallera. El de costurera fue mi oficio hasta que me vine a Ibiza en 2001.

—¿Se casó en Valencia?
—Sí. Antes de los 20 años ya estaba casada y lo único bueno que saqué fue a mis tres hijas, Ahinoa, Naomi y la mayor, Tamara, que tiene a mis nietos, Ariel y Aker. Al divorciarme la pequeña no tenía más que 13 años y me quedé con una mano delante y otra detrás. Sin trabajo y sin que la justicia determinara que ese hombre me tenía que pasar una pensión después de 29 años casados. Por mucho que digan lo de que el 016 te ayuda si eres una mujer maltratada, yo todavía no sé en el qué. Por lo menos en la época en la que me tocó vivirlo, sobre todo si hablamos de maltrato psicológico. Lo único que me pusieron fue un psicólogo. Pero a la hora de ir a pedir ayudas para poder pagar la hipoteca, ninguna administración me echó una mano.

—Los maltratos, ¿empezaron muy pronto?
—Más de lo que una se espera, sí. Se empieza poco a poco, quitándote la autoestima y la seguridad en ti misma hasta que se llega a levantar la mano. Y si se levanta la mano la primera vez, después viene la segunda y, después, la tercera. Por eso la primera vez que me la levantó, mi reacción fue con tal furia que no se le ocurrió volver a levantármela más. Eso sí, los maltratos psicológicos no pararon nunca. Después siempre venían los llantos, los ‘no volverá a pasar’… No tomé la decisión de divorciarme hasta que murió mi hermano Alfonso.

—¿Vino a Ibiza tras el divorcio?
—No, fue tratando de recomponer el matrimonio, buscando un cambio a mejor. Habíamos venido de vacaciones y yo me enamoré de la isla. Dije que me quería venir a vivir aquí sí o sí y acabamos viniendo todos. La verdad es que la cosa solo fue a peor hasta el divorcio, en 2014.

—Por lo que me cuenta, entiendo que no fue una época fácil.
—No. En esa época se me juntaron la pérdida de mi hermano Alfonso, el divorcio y la pérdida de mi trabajo y de mi casa. Cuando él se fue, me quedé en el piso con la niña y con la hipoteca. Se me acabaron juntando tres meses de impago y el banco me reclamó la deuda completa. Entiendo que un banco no es una ONG, pero eso es una presión que lo único que pretende es quedarse el piso. Y lo consiguió. En esa época me metí en la Plataforma Antidesahucio y, por lo menos, a base de muchas lágrimas y noches sin dormir, conseguí la ración en pago y un alquiler social en mi mismo piso. Si juntas lo que había pagado más lo que pagué de alquiler, el piso ya sería mío y no del fondo buitre al que se lo vendió el banco.

—¿A qué se dedicó cuando llegó a Ibiza?
— Una vez aquí no encontré otra opción que la de camarera de piso y estuve durante 13 años en el hotel Cala Pada. Hasta que no se me ocurrió otra cosa que pedir mis derechos y los de mis compañeras y me despidieron. Fui una cabeza de turco. Cuando conseguí que mis compañeras empezaran a reaccionar, a levantar la cabeza y ver que el hotel no era nuestro y que no nos iban a dar acciones, me apunté a CC.OO. Entonces fue cuando me despidieron. A partir de ahí, las compañeras se acabaron amedrentando y agachando la cabeza. Ya ves que siempre he luchado por cosas que por suerte, más adelante, se han ido arreglando de alguna manera (ríe), porque después vino el movimiento de las kellys. De Cala Pada me fui a Cala Verde, pero allí me rompí el menisco y ya no me volvieron a renovar. Desde entonces estuve en hoteles, restaurantes… la cuestión es trabajar. Tras el Covd y el cierre de los hoteles me quedé en la calle y sin ninguna ayuda. Como tengo una incapacidad, hice las pruebas para trabajar en la ONCE y aquí estoy, de cuponera. ¡A ver si, por fin tengo suerte y puedo compartirlas!

—¿Sigue viviendo en su piso, aunque sea de alquiler?
—No. Se acabó el contrato de alquiler social y el banco se lo vendió al fondo buitre. Con esta gente no hay manera de razonar, de hablar, ni siquiera de contactar, así que el año pasado tuve que entregar las llaves y allí está: vacío. Yo estoy de alquiler en un piso pequeño, una ‘cuevita’, que se lleva más de la mitad de mi sueldo.

—Ha tenido que luchar en distintos frentes de la vida.
—Siento que el sistema me ha maltratado de distintas maneras: como mujer, como trabajadora y como persona. No solo a mí. El sistema está corrompido: no puede ser que, como he llegado a ver, haya una mujer llorando en las escaleras de los Servicios Sociales porque resulta que su asistenta está de vacaciones y no podrá atenderla hasta el mes que viene. Cáritas se ocupó de ella mientras tanto.

—¿Cómo está a día de hoy?
—A día de hoy estoy tranqui… (se interrumpe a si misma). Trato de sobrevivir, que no de vivir. Hoy en día el trabajador es un esclavo, pobre y no vive en condiciones. Si además estás solo en esta isla, ya no es posible ni sobrevivir. Aunque tengo a dos de mis hijas y a mis nietos, siento que la isla me escupe como persona sola y trabajadora. No voy a tener más remedio que marcharme y alejarme de mi familia. Ya he empezado dos veces de cero, esta vez me toca empezar en la Península desde bajo cero (ríe).